La Plaza del Mercado de Santurce

La Plaza del Mercado de Santurce

WILFREDO MORA
Existe una realidad cultural muy singular en la Isla del Encanto, que atrae poderosamente a los jóvenes puertorriqueños, que se llama la Plaza del Mercado de Santurce. El día de la reunión es el viernes en la noche. Cuando ese tiempo se conjura la juventud se enardece y se amontona vibrante de cultura a ritmo de la mejor música del mundo: la música latina.

Algunos la llaman la Plaza de la Parada 19 de Santurce, otros sencillamente la Plaza del Mercado; los que se refieren a ella como “La placita” -nunca de forma despectiva ni mucho menos-, generalmente son los recién llegados, los nuevos inmigrantes que comienzan por allí lo que podemos definir como un turismo cultural. Los que vienen de otros país, tal es el caso Europa o Norteamérica, son atraídos por la música caribeña, formando una mezcla de razas, de energía cultural, que aunque no entienden su significado, poco a poco van dándole a la plaza un verdadero significado cultural.

Los viejos que se reúnen en esta plaza -preferiblemente los días sábado y domingo- llegan durante el día a participar de recuerdos de otros tiempos y otras personas. Pero lo cierto es que, sin que los unos ni los otros desvirtué nada, el lugar es una manifestación real maravillosa de la cultura de Puerto Rico, una familia que permanece unida gracias al trabajo cultural que se lleva a cabo en este lugar, que conocen todos los que alguna vez transitan por ese país.

La razón de la Plaza del Mercado de Santurce se ha vuelto un trabajo cultural en medio del ritmo musical; es una fiesta a la alegría de miles de jóvenes que recorren el perímetro del mercado, como la cultura lo hace de la historia de aquel lugar. Con ellos Puerto Rico, que es una familia pequeña, nos está mostrando una peculiar modalidad de buscar una identidad, de defender su derecho a ser alegre y ser una cultura que funciona correctamente.

Un nativo del lugar me dijo hace poco: “tengo un hermano que va a ese lugar por años, y no puedo entender el por qué”, “estar ahí para muchos es como una religión”. Y tiene, razón, lo que yo vi fue un encuentro de vidas diversificadas: intelectuales aficionados, músicos sin nombre que cantan para ganarse unos “chavos”, seres que hay que considerarlos extraños personajes, filósofos ambulantes, luego está la gran mayoría de adolescentes y gente joven que bebe sin descanso, mientras su cuerpo vibra de emoción por la música que le penetra por sus sentidos. Los boricuas que se divierten en la plazoleta tienen el raro sortilegio de conversar al mismo tiempo que se contornea simulando estar bailando.

Cuando termina la histeria musical del día viernes (la fiesta es hasta la media noche) y un nuevo día ha empezado, desde las primeras horas del día sábado empiezan a pulular otros seres que dan calma al punto cultural que se ha desbordado en baile, en música y en alcohol. Son los adultos mayores, los que evocan recuerdos, los hombres que por más de 35 años han mantenido allí un negocio para ganarse la vida, o los que esperan juntarse con un amigo que llegue por primera vez a la Isla, a quien no vieron en años, a quien le habían contado de sus aspiraciones de emigrar fuera del país. Y la Plaza de Santurce se divide en dos generaciones, en la que lo único que los mantiene unidos es el trabajo cultural que allí se está generando.

El perímetro del lugar es como de unos 200 metros cuadrados, con calles de asfalto común y algunos adoquines enladrillados, con pocos árboles del tipo sauco, jóvenes de edad, por ser aún pequeños y de poco follaje; las palomas se despeñan de las casonas viejas que circundan el sitio. Algunos venden su arte rústico, otros flores, y otros sencillamente piden “palos” para templarse el ánimo en adentrarse a la música que le transporta al recuerdo o sencillamente lo obnubila de recordar nada. Son los que están atrapados en el vicio, o los que han tenido problemas de otro tipo.

En el Restaurant de Don Tello me encontré con un caso de patriotismo dominicano. Me muestra su vaso y me dice; “adivina que cerveza es”. Y me dice que es Presidente, y que nunca ha dejado de beberla desde que llegó a Puerto Rico porque así lleva su país en alto. Por esta forma rara de compartir con los demás ahora le dicen el “Chico Presidente”. Un joven músico que vino del Michoacán, México, tal vez atraído por mejor suerte, me dijo que al lugar concurren figuras de la vida pública y política, como el caso del ex Gobernador de la Isla, Luis A. Ferrer, que se le ha visto con su esposa, su hija y que para algunos es como un mesías de la cultura. Otros dicen haber vendido su arte a las figuras del espectáculo, como Jerry Rivera, Marc Anthony, entre otros.

En el antes, a sólo unas calles de la plaza, cuando se celebraba en Bayola tradicionales fiestas de la Cruz de Mayo, la cuestión cultural estuvo dominada por el material religioso.

Hay, eso sí, la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, frente a la plaza, cuya feligresía es casi completa de dominicanos que se convocan igualmente en la plaza para su entretenimiento prolongado y para recordar viejas épocas.

No falta el tema político de la inmigración ilegal, de toda parte del mundo, pero como algo invisible, que hace culturalmente maravilloso a Puerto Rico, es que si te portas mal, entonces te patean duro. Es una realidad que sea lo que sea, vive en la cultura que comienza por la Plaza del Mercado de Santurce.      

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