La Plena, en San Cristóbal: mutación ¿hacia qué?

La Plena, en San Cristóbal: mutación ¿hacia qué?

Las tierras de La Plena mutan, se transforman de manera irreversible, lentamente pasando de una sociedad rural a semi urbana, porque faltan muchos servicios propios de la ciudad pero una evidencia: sus habitantes ya no trabajan la tierra, las casas tienen garaje porque el carro sustituyó la carreta y los burros en el patrimonio familiar. Ya no hay animales, ni fogón, ni tambores.

 La juventud ya no trabaja la tierra, no hay bueyes ni arado, la población parece cansada y envejecida, no siembra, prefiere abusar de lo ajeno.

Muchas mujeres están en Italia, en Holanda, no sé sabe a qué; las que quedan, ahorran para lo mismo, en cuanto a los hombres vagan, esperan las remesas; los niños están con los abuelos, ¡vida familiar! El camino a la escuela se llena de gritos y sonrisas, no sé decir si de esperanzas; sin luz, difícil es progresar.

La cultura llega por el radio, la chercha entrecortada de bachata, no de la buena. Los menos jóvenes andan en motores, se juntan, ya no sueñan en la “zona” que los usa y des-usa.

El estudiar en el “Loyola” se quedó en sueño, pocos entran y cuando salen, el empleo ya no es seguro. Los caminos son malos, con muchas bancas, ya no hay colmados.

Los primos se matan por un pedazo de monte, el único valor es el dinero, no el esfuerzo; ya no se huele a fogón, el gas ha sustituido la leña, el plástico ha reemplazado el guano sobrio, las latas oxidadas en los basureros demuestran los cambios.

El convite no tiene qué hacer, ni a dónde reunirse; los palos son raros, los festejos de San Antonio se distancian, quizás sea por eso, que cada año en el viejo club Sol Naciente se reúnen viejas estampas locales para tocar y beber hasta el amanecer porque es tiempo de rescate, de protección y exhibición de una cultura en franca vía de desaparición, como esos campos que ya no huelen a “concón”, ni a coco, ni gritos del pavo, menos aun de la guinea.

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