El sábado 28 de marzo me tocó trabajar en los sectores más pobres de la capital. Un recorrido por Los Alcarrizos, Sabana Perdida, Los Guaricanos, Villa Mella hasta llegar a La Victoria me dejó un mal sabor y una honda preocupación por la gran marginalidad, la concentración de la pobreza y la pobreza extrema que se vive en esas zonas, sin contar otras con iguales características.
Al comparar esos sectores densamente poblados con la realidad de los que viven en el casco urbano, contacté que vivimos en un país con serias desigualdades. Para muchos esto no es un descubrimiento nuevo, pero creo que es prudente dedicar algunas horas de nuestros días para pensar en las consecuencias que se pueden generar de esta lamentable realidad.
De acuerdo con el informe de la CEPAL del 2013, en nuestro país la pobreza extrema alcanza el 41 por ciento, una buena parte de los pobres se concentran en la capital, donde residen más de tres millones de habitantes, equivalente a más del 30 por ciento de la población total del país de 10.2 millones de habitantes.
El informe del 2014 del Banco Mundial, estima que el 36.8 por ciento de los pobres reside en la zona urbana y el 49.4 por ciento en la zona rural.
Cuando se cruza el río Isabela, una se da cuenta de que dos mundos diferentes comparte el territorio destinado a la capital del país: uno con casuchas donde seres humanos sobreviven a la violencia que implica vivir sin agua, sin luz, sin un transporte digno y hasta sin el derecho humano de satisfacer las necesidades básicas incluyendo la alimentación y el empleo, mientras que el otro mundo está repleto de torres, carros de lujo, restaurantes de primera, tiendas lujosas, en fin dos realidades tan distintas como la noche y el día.
De acuerdo con los últimos datos sobre el desempleo, tenemos que 15 de cada cien dominicanos no tiene empleo y de los que están empleados la mayoría, 56 por ciento, corresponde al sector informal, según datos del Banco Central.
Podríamos seguir buscando en las estadísticas sobre los indicadores del país, pero lo cierto es que la pobreza se palpa, se vive y hay que despertar a la realidad. Siento la pobreza como cuando existían los castillos medievales, donde los pobres que los bordeaban morían de inanición, los de los campos comían raíces para no dejarse morir, hasta que en algún momento formaron ejército para salir del encierro de la desigualdad y así comenzó cambiar la historia.
Hoy en nuestro medio existen muchas ideas expresadas en la Constitución que proclama el Estado de Derecho, la Estrategia Nacional de Desarrollo y otras muchas letras plasmadas, pero pocas iniciativas como para hacer que otro país sea posible.
Es muy preocupante el círculo vicioso y deprimente que representa la pobreza y cómo se ensancha la brecha entre los ricos y los pobres. La construcción del país posible no es solo una obligación de los gobiernos, es un compromiso de todos los que tenemos que vivir aquí.
En los barrios marginados conviven los pobres, los muy pobres junto con guardias, policías y desempleados que comparten la miseria, porque el que tiene la dicha de un salario aunque sea el mínimo no puede pagar los servicios públicos domiciliarios como agua y luz, porque ese salario no alcanza para pagar la comida.
Debemos hacer un gran esfuerzo entre todos para contribuir a mejorar la calidad de vida de la gente o de lo contrario nos exponemos a que esa gente utilice en algún momento el supremo recurso de la rebelión, cuando ya no resista por más tiempo la opresión. La historia universal está llena de ejemplos.