La poesía almacenada

La poesía almacenada

Los hombres pueden ser “mansos y cimarrones”, según cierta biotipología arbitraria propia de las Antillas. “Afueristas” y “adentristas” es otra clasificación psicológica, un poco más congruente con las viejas divisiones filosóficas entre realistas e idealistas. Una vez estuvo de moda la expresión inglesa “outsider”, aplicada a las personas que no parecían integradas a la comunidad, que no participaban de las luchas y angustias de “las grandes mayorías”. Existían algunos sujetos impertérritos que, aparentemente, no tenían “nada que ver los otros”. El tema fue abordado en novelas y ensayos por los filósofos existencialistas franceses. Hubo también poetas sociales y “poetas puros”, habitantes de “torres de marfil”.

Gabriel Celaya, en su famoso poema “La poesía es un arma cargada de futuro”, nos dice irritado: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta marcharse”./ Gabriel Celaya quería una “Poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el pan de cada día,/ como el aire que exigimos tres veces por minuto”,/ Celaya vivió hasta 1991. Es, pues, un hombre de nuestra época. Podríamos decir que fue un poeta dolorosamente incrustado en la sociedad Española. Para él la poesía era una herramienta política.
En realidad, todos estamos insertos en una materia, física y cultural, parecida a un turrón de Jijona. No hay espacios vacíos, o “en blanco”, entre las sustancias que componen el turrón. Somos como los trozos de almendras incrustadas en la masa del dulce alicantino. Entre un hombre y los otros está el oxígeno de la atmósfera que respiramos todos, mientras apoyamos los pies en el mismo planeta. Aire y tierra nos unen, en forma compacta, a un sólo turrón.
Se pretende que poetas como Paul Valery o Rainer María Rilke, son habitantes de otra galaxia; que “El cementerio marino” o las “Elegías duinesas”, son obras sin importancia colectiva. Estos poetas, extraordinarios sin duda, también son parte del turrón comunal; están registrados en el patrimonio estético de la poesía “almacenada” tras muchos siglos de creación de belleza. “Afueristas” y “adentristas” representan la eterna lucha entre yo y cosas, entre hombre y mundo. Forman un péndulo filosófico, artístico, lingüístico, existencial.

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