La poética se dirige a Miguel Aníbal Perdomo

La poética se dirige a Miguel Aníbal Perdomo

DIÓGENES CÉSPEDES
Sostuve un encuentro informal con Miguel Aníbal Perdomo con ocasión de la visita al país del escritor radicado en Nueva York, quien vino a recibir el premio de cuentos correspondiente al concurso anual de 2.006 que patrocinó la Secretaría de Estado de Cultura.

Durante el intercambio de ideas se habló de todo. La preocupación de Miguel Aníbal radica en que no entiende mi discurso teórico-crítico, pues cuando hablo, por ejemplo, de ritmo,  signo,  sentido, obra, información, ideología, discurso, subjetividad, literariedad, palabra poética, poética, subliteratura, estilo, sistema de una obra, texto, valor, escritura, forma-sentido, escritura-lectura, literatura, fraseo, prosodia, realismo, transformación, él entiende otro asunto totalmente distinto.

Convinimos en que una vez publicada su reseña de mi libro de poemas “Al arma contra figuraciones” (lo cual se hizo en AREÍTO del 28/7/07, P. 5), le contestaría su inquietud, al tomar su escrito como un pretexto para este intercambio.

Con efecto, la terminología que uso en mi labor crítica o teórica pertenece a la poética fundada en 1.970 por Henri Meschonnic. Nadie que no asuma los conceptos de esta poética puede usarlos impunemente. Por la razón sencilla de que la poética y los conceptos teóricos con los cuales opera son un cambio radical de las poéticas que han existido hasta hoy, desde los presocráticos a Platón y Aristóteles. Sobre todo este último, creador del término poética, pues así titula la primera obra sobre esa teoría y crítica literaria.

Todos los conceptos que Aristóteles usa en su libro “Poética” han sido reformulados y redefinidos por Meschonnic en su libro “Para la poética”, publicado por primera vez en París por la editora Gallimard, en 1.970, y traducido por primera vez al español por un servidor, quien lo publicó en 1.998 en Editora de Colores de Santo Domingo. Pero esta poética de Meschonnic incluye también una cantidad de conceptos que no están en Aristóteles y las demás poéticas que fueron publicadas después del insigne estagirita.

Le preguntaba yo a Perdomo en nuestro diálogo: Tú dices no entender los conceptos de la poética meschonniciana. Entonces, ¿por qué razón estoy yo obligado a entender los conceptos de la estilística y la estética de procedencia aristotélica en todas sus variantes discursivas?

Mi respuesta a Perdomo fue la siguiente: Puesto que yo pasé primero por la poética aristotélica y todos sus derivados modernos: estilítica, estética, estructuralismo, semiótica literaria, sociología marxista de la literatura, psicoanálisis y psicología literaria, historicismo literario, etc., me conozco de memoria los conceptos lingüísticos y no lingüísticos que emplean estos métodos cuando analizan las obras literarias. Porque antes de llegar a la poética de Meschonnic, pasé por esos caminos analíticos, y los empleé. Ahí están los artículos literarios que publiqué en los periódicos y revistas entre 1.964 y 1.976, incluido mi primer libro de crítica literaria titulado “Escritos críticos”, aparecido en este último año.

Debido a la brevedad de estos artículos, no puedo entrar a definir cada uno de los términos usados por estos métodos de aproximación a la obra literaria. Pero sí diré que la diferencia conceptual entre los términos de la poética de Meschonnic y los demás métodos que he enumerado en el párrafo anterior van del cielo a la tierra.

Dos conceptos básicos sirven para distinguir la poética de Meschonnic de las demás: la definición de lenguaje y signo lingüístico. Para la poética de Meschonnic, que recupera el concepto de lenguaje de Saussure, lo amplía y lo vuelve más histórico aún, el lenguaje es la facultad humana por excelencia de simbolización de todo lo que es interno y externo al ser humano. Ese lenguaje es radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, no tiene origen (Saussure) y la única forma de actualizar semejante facultad es actualizar a su vez el sistema de signos que es la lengua, pero a su vez la lengua solamente se actualiza en el discurso, donde se las juegan el sentido, la ideología, la pertenencia de clase y el sujeto. Ni el lenguaje ni la lengua poseen sentido ni tienen tampoco sujeto. Sólo el discurso tiene sentido y sujeto.

A partir de estas precisiones, conviene definir el concepto de signo, pues este es clave para determinar cuál será la teoría del lenguaje, de la lengua, del discurso, del sentido, del sujeto, del poema, de la literatura y de la traducción que tendrá quien se aventure a hablar o teorizar acerca de estos conceptos.

Veamos. El signo lingüístico consta de dos elementos (sigo aquí a Saussure-Benveniste-Meschonnic): Uno que no tiene significado en sí mismo, llamado significante, y otro que contribuye a formarlo, llamado significado. Éste último funciona por la totalidad del signo y se identifica con él en todas las teorías que disocian esos dos elementos del signo y privilegian uno solo. El discurso teórico que hace esto se denomina metafísico.

El discurso que asume el signo lingüístico como una relación dialéctica (indisociable) entre el significante y el significado y, además, lo concibe como radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, se denomina teoría dialéctica o histórica del signo.

Existe, quizá, para sorpresa de Perdomo, una teoría del signo todavía más revolucionaria que esta. Meschonnic la esbozó en una de las clases de su Seminario de Poética en 1.980: Dijo que el signo lingüístico no constaba, en realidad, de un significante y un significado, sino únicamente de un significante. Con esto abolía para siempre la famosa doble articulación de la lengua y que todos los manuales de lingüística la dan como un dogma. En la más cabal realidad, tiene razón. Cuando pronunciamos un morfema, “mesa” por ejemplo, no realizamos por separado m-e-s-a, sino que los cuatro fonemas se pronuncian en una sola emisión de voz.

El significado de la palabra “mesa” no es el resultado de las sílabas me+sa pronunciadas por separado. Mi interlocutor sabe que cuando digo “mesa” me refiero, en el discurso donde actualiza ese signo, al “objeto de cuatro patas que sirve para comer”. Esta nueva teoría del signo es para mi consumo, pues si todavía no se entiende bien la teoría del signo como radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, en mis clases de análisis literario, ¿cómo voy a hablarles a los estudiantes de que el signo lingüístico carece de doble articulación?

Como los demás métodos contrarios a la poética meschonniciana separan el signo en dos elementos y eliminan el significante, los demás conceptos lingüísticos y literarios empleados por las teorías metafísicas (estilística, estructuralismo, sociología marxista, estética, psicoanálisis, psicología e historia literarias) también separan el lenguaje y la vida, el sujeto y lo social, la historia y el Estado, el individuo y el poder y hacen de estos una trascendencia (es decir, conceptos fuera de la historia y de este mundo).

Por tal razón, esos métodos literarios están condenados a estudiar las obras por fragmentos o pedazos. De ahí que tales métodos se reduzcan a procedimientos estilísticos, que estudien solamente en forma aislada algún parte del contenido de la obra: el color, algún elemento de la naturaleza, el espacio, el tiempo, un elemento cualquiera de las nueve partes de la oración, la métrica, la rima, las influencias y cuanto etcétera quepa en el discurso del analista. Este tipo de análisis está condenado al fracaso porque la obra es como, sistema cerrado-abierto, una totalidad que debe ser estudiada exhaustivamente, no por pedazos.

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