La polémica recepción radical de la novela “En vísperas”

La polémica recepción radical de la novela “En vísperas”

POR LUIS O. BREA FRANCO
Hay que reconocer que las novelas de Turguéniev no siempre contaron con buena prensa, sobre todo de parte de la nueva «inteligentzia raznochinets», esto es, de los nuevos intelectuales que no tenían rango social reconocido ni abolengo, que provenían del pueblo llano y que habían podido estudiar por ser hijos de sacerdotes, de pequeños comerciantes, de miembros decaídos de la nobleza o de campesinos terratenientes.

El líder espiritual de esta nueva camada de intelectuales fue Visarión Belinski, quien en la generación anterior había asimilado la rica cultura filosófica y literaria de los patricios, y que asumió una intransigente actitud intelectual que escandalizó, primero, y que luego supo atraer a vástagos destacados de la nobleza, a quienes condujo a romper con las convenciones y a reverenciar, como única medida de la actividad intelectual, la defensa de la verdad y la lucha contra toda forma de hipocresía y opresión.

Entre los más destacados jóvenes radicales a inicios de los años sesenta del siglo XIX ruso, estaban el crítico Nikolai Gravilovic Chernyshevsky, quien era el editor de la famosa revista «Sovremennik» –El contemporáneo- en la que Belinski publicó, en su tiempo, gran parte de su obra filosófica, de crítica literaria y política.

Chernyshevsky fue el fundador y el animador de la corriente radical que llegó a ser conocida como «Populismo» –»Narodism»- que tanta importancia tendría en las luchas por establecer un socialismo no marxista en Rusia hasta 1917, cuando los bolcheviques de Lenin asumieron el poder.

El equipo de radicales de «El contemporáneo» también contaba, como editor literario, con el brillante joven escritor, Nikolái Alexándrovich Dobroliúbov.

El padre de Dobroliúbov era sacerdote, y gracias a ello, éste pudo realizar sus estudios en el seminario eclesiástico de Novgorod, que luego continuaría en el Instituto Pedagógico Superior de Petersburgo. Desde 1856, cuando apenas contaba con 20 años, colaboraba en «El Contemporáneo», al que después fue llamado para que se hiciera cargo de la sección de crítica y bibliografía.

En cinco años de obra creadora, Dobroliúbov escribió numerosos artículos sobre ciencia (pedagogía, estética, filosofía) y arte. Los de mayor relieve fueron: «Sobre la importancia de la autoridad en la educación» (1857); «El desarrollo orgánico del hombre en relación con su actividad intelectual y moral» (1858); «¿Qué es el oblomovismo?» (1859); «¿Cuándo llegará, por fin, el verdadero día?» (1860); «Rasgos para la caracterización de la gente sencilla rusa» (1860); «Un rayo de luz en el reino de las tinieblas» (1860). Murió de una enfermedad que lo carcomió en pocos días, con apenas 25 años, cuando todo parecía prometerle un gran destino literario y filosófico.

Sin embargo, a pesar de la brevedad de su vida pública, dio un nuevo impulso a la tradición crítica que derivaba de Belinski, pues sostenía como aquel, que la literatura y el arte tienen una irrenunciable misión social: debían representar lo «absurdo» de las relaciones sociales existentes y descubrir las «tendencias naturales» que anidaban en el pueblo, tendencias que buscaban salir a la luz y, además, debían  señalar a la sociedad cuál era el ideal que, con vista al bien común, debía seguirse en la vida.

No obstante reconocer el talento de ambos escritores, la gran mayoría de los miembros de la inteligentzia de origen noble, consideraba que su actitud era demasiado agresiva y ofensiva; que actuaban movidos por burda vanidad y, sobre todo, les criticaban que subordinaran la valoración estética a un criterio que le resultaba exterior, un criterio basado en consideraciones no estéticas, sino sociales y políticas.

Los anteriores escritos de Turguéniev habían sido recibidos con algunos ataques, pues venían considerados  frutos de un representante decaído de los «hombres superfluos».

No hay que decir que tales  injurias resultaban al escritor tanto más amargas en cuanto aparecían en la misma revista en que él publicaba sus propias obras. Dobroliúbov, por su parte, no ocultaba, aún en el trato personal, su «repugnancia» por Turguéniev.

Sin embargo, el talante de Turguéniev era demasiado civilizado; era demasiado educado, lírico y melancólico para guardarle algún resentimiento al joven crítico.

Lo consideraba al máximo como un fanático, alguien torpe y mal educado.

Cuando el crítico falleció, en noviembre de 1861, escribió a un amigo común: «Lamento la muerte de Droboliúbov, aunque no compartiera su punto de vista: era un hombre talentoso, y era un joven… ¡Que lástima que tanta fuerza fuera destruida y desgastada en vano!».

La crítica de la novela «En vísperas» realizada por Droboliúbov fue feroz, pues con gran genialidad realizó una lectura de la obra que resaltaba lo contrario de lo que Turguéniev había querido subrayar con el tratamiento del tema.

Dobroliúbov ante todo señalaba el aspecto positivo del héroe revolucionario búlgaro, quien estaba dispuesto a ofrendar la vida por la liberación de su patria, y enseguida se cuestionaba: «¿Dónde están nuestros Insárov? También nosotros los rusos tenemos nuestros turcos, sólo que estos son fuerzas internas: la corte, la nobleza, los funcionarios, los generales, los burócratas, los explotadores cuyas armas son la ignorancia de las masas y la fuerza bruta. ¿Dónde están nuestros Insárov? ¿Cuándo amanecerá para nosotros un nuevo día?».

El crítico presentaba su mensaje con una metáfora banal, extraída de la vida cotidiana, que le servía para resaltar el sentido inmediato a que apuntaba con su crítica: «Si alguien se sienta en una caja vacía y trata de volcarla con él adentro, ¡que enorme esfuerzo tendrá que hacer! Pero si está fuera de ella, con un ligero empujón o una con patada bastará para derribarla».

La interpretación de la metáfora es simple. Insárov está fuera de la caja. Ésta representa al invasor turco. Los que pretenden hablar en serio de las transformaciones que hay que hacer en Rusia deben salir de la caja, del sistema; deben dejar de colaborar con éste.

«La verdadera tarea es destruir un sistema inhumano, debe cesar todo contacto con el Estado ruso y sus instituciones. Se debe suprimir toda cuestión de índole personal, privada. No debe haber ningún desperdicio de energías, ni denuncias parciales, ni rescate de individuos en particular, esas son bagatelas liberales. No hay nada en común entre «nosotros» y «ellos»».

Turguéniev, un temperamento pacífico, quedó pura y simplemente horrorizado con esta lectura de su novela. Pero no dejaba de admirarse por la originalidad de la interpretación de Dobroliúbov, y trató de ganárselo poniendo en muestra lo mejor de su talento de seductor. Sin embargo el crítico no cambió su trato hostil, llegando en una ocasión a faltarle el respeto al decirle: «¡Iván Sergievich, por favor no me hable más, me aburre!».

La reacción de Turguéniev, al final, fue pasarse a otra revista más conservadora: «La palabra rusa», y reconcentrado en su necesidad de comprender sobre qué se sustentaba la actitud que predominaba entre tales jóvenes, con diligencia se dedicó a escribir una nueva novela, que sería su obra más plena en sentido formal; y que sería, además, su más vigorosa recreación de la vida y del pensamiento reinante entre los intelectuales jóvenes de su época, lo que la pondría entre las obras más reconocidas de la literatura rusa del siglo XIX y, sin duda, la que mayor polémica ha suscitado en sus 150 años de existencia: «Padres e hijos».

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