La policía dominicana

La policía dominicana

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Se condena la Policía Nacional con palabras llenas de mala leche, como si hubiera intenciones ocultas y malsanas. La Policía tiene defectos sin cuenta. En sus filas hay asesinos, ladrones, corruptos, mentirosos, creadores de situaciones para tergiversar pruebas y hechos, abusadores, violadores de la Constitución, de las leyes y de los derechos humanos.

Cierto, la Policía tiene en su seno lacras que deben ser extirpadas en una operación sin anestesia.

Está bueno ya de tener una Policía servil cuando quien delinque es rico o tiene una alta posición en el gobierno, en las iglesias, en el empresariado, en el comercio.

Está bueno de que la Policía sea instrumento represivo contra el pequeño delincuente y manto de protección para los grandes violadores de las leyes.

La Policía tiene que sufrir un cambio, una revolución interna para que sirva con eficiencia, transparencia, pulcritud, decoro y respeto a la Constitución y las leyes.

Quienes desde altas tribunas en el púlpito, los tribunales, las fiscalías, el sector privado y secretarías de Estado claman por una mejor Policía hacen un ejercicio de masturbación mental como si desconocieran su propio país.

Hablan como si olvidaran que la Policía es un reflejo de lo que acontece en el país.

Se exige que la Policía sea un instrumento al servicio de la paz, de la Constitución, de las leyes, la moral y las buenas costumbres, mientras hay jueces que venden sentencias.

Se demanda que la Policía sea un modelo de ejercicio honesto de la función pública, pero hay personas, conocidas por todos, que llegan al gobierno con una mano adelante y otra atrás, desprovistos de bienes y salen de las posiciones como potentados que no necesitan volver a trabajar.

Se acusa a la Policía de corrompida, pero la Dirección de Impuestos Internos dice que el comercio y la industria se roban más del 40 por ciento del Impuesto a la Transferencia de Bienes y Servicios (Itebis) que cobran al consumidor, retienen  y no reportan a la autoridad. ¿Es que también son intocables?

Nunca se escuchan voces que provengan de estamentos judiciales, políticos, de líderes de las iglesias, de empresarios, funcionarios y todos los críticos de la Policía, cuando se descubre un contrabando multimillonario.

La mayoría de los miembros de la Policía está constituida por hombres capaces, preparados, profesionales liberales que sirven a la nación y ni siquiera reciben el reconocimiento por su labor.

Gente consagrada al servicio, que combate la delincuencia en todos los rincones, que enfrenta a tiros asaltantes, ladrones, violadores.

Huelga recordar los sueldos de miseria que reciben agentes, clases y oficiales subalternos y superiores.

Mientras dormimos, hay un policía cerca de nuestras casas que vela el sueño de la República.

Aquí médicos realizan operaciones cesáreas sin que sea necesario, para aumentar sus ingresos y todos callamos.

Se considera “normal” abultar en un 10 por ciento una obra con fondos públicos.

A los hijos de los curas se les dice “sobrinos”. Los grandes contrabandistas de ayer ya lavaron sus fortunas y son adulados en las páginas sociales de los diarios.

Los contrabandistas y evasores de impuestos de hoy juegan a que el tiempo los eximirá de culpas y encuentran autoridades que los apañan.

Es más fácil entrarle a dos manos a la Policía en vez de trabajar, en serio, con planes viables y con recursos, para dignificar el trabajo de miles de hombres y mujeres dedicados a preservar la paz y la seguridad, como no lo hacen sus principales críticos.

En un ejercicio de suspicacia pienso que no hay interés en resolver los problemas de la Policía, porque el día que la Policía pueda actuar para que se respeten la Constitución y las leyes, muchos de sus críticos irán a dar con sus huesos a las cárceles.

Recordemos: sólo tiene derecho a criticar, quien tiene corazón para ayudar, decía Abraham Lincoln.

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