La política como subsistencia y el flautista

La política como subsistencia y el flautista

 

 

En estos febriles tiempos que ya bordean la fecha de las nuevas elecciones presidenciales ¿es posible sacarle el cuerpo a la política?

   No.

Pero se puede jugar con ella ¿al fin de cuentas, no lo hacen todos?

Cuando se iniciaba la primera gran intervención militar norteamericana –la de 1916-, la agitación tremolaba en un pueblecillo cercano a la capital. Sólo un músico de la Banda local, mulato delgado y de lentos movimientos que tocaba el flautín, lucía despreocupado y ajeno a los acontecimientos.

-¡Que están entrando los yankis! ¿No te das cuenta? ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

   El flautista, impasible, repuso: -Si los yankis invaden, tienen que desfilar. Para  desfilar en orden  con su gente necesitan música… no van a traer un flautista con la tropa y para tocar las marchas que a ellos les gustan hace falta la flauta… ahí entro yo. Como tienen que pagarme, les cobro mucho “Pa’ debilitailo”.

    Creo que cierto número de votantes en las elecciones nacionales siguen el ejemplo del flautista y hacen alarde de un ardiente entusiasmo  por el que luce ganador, para luego presentarse, si no ‘pa debilitai’, sí para  “buscar lo mío”.

     ¿Pero la política es eso? ¿Una búsqueda de “lo mío” a diferentes niveles?

     Gobernar es útil y necesario. Tiene que existir quien decida, quien tome las decisiones y sea responsable de triunfos o fracasos, pero tal actividad viene a ser terrible, especialmente en países en los cuales no se cobran las responsabilidades que corresponden a decisiones desacertadas para la mayoría y utilísimas para un mínimo grupo. Trátese de error, de calculada malignidad, de incompetencia para ejercer tan alta posición o de un ego que atraviesa toda lógica como un cuchillo caliente cruza una barra de mantequilla.

Gobernar es la más terrible de las responsabilidades, porque las altas decisiones, buenas o malas, calientes, tibias o frías, afectan a millones de personas. Muchas veces para mal. Algunas pocas para limitado  bien de multitudes y extenso beneficio de minorías conectadas al poder político, por amiguismo, conocimiento de “trapos sucios” de los jerarcas y… las menos veces, por verdaderos méritos del beneficiario.

Ahora, a quien gane las elecciones presidenciales, le toca una espinosa tarea: Elegir entre los que “se fajaron en la campaña” y quienes realmente poseen méritos para  desempeñar eficientemente una posición en el nuevo gobierno.

 ¿Todos los anteriores funcionarios fueron malos? ¿Son “los buenos” los miembros del Partido triunfante? ¿Está reservada a ellos la honestidad, la integridad y la valentía necesaria para “servir al Partido, sirviendo al país”?

Es lo que hubiese anhelado Juan Bosch, que en su decencia esencial, terca y cerrada, habría aprobado –creo yo- un presidente de otro Partido, si lo consideraba el mejor dotado.     Pero el jefe político que soñaba Bosch es sumamente difícil de encontrar. Si es que existe, porque la política es un tósigo terrible.

Esperemos que el pueblo salte sobre ofertas y propagandas.

      Y que elija bien.

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