La política de Batman

La política de Batman

Para muchos de los que han visto la película “Batman: el caballero de la noche” del director Christopher Nolan, se trata de otro espectáculo fílmico de esos a que nos tiene acostumbrados Hollywood con sus megaproducciones basadas en superhéroes de los comics.

Pero más allá de ser eso, esta película es, sin lugar a dudas, una obra que puede ser interpretada semiológica, escatológica, teológica, filosófica y políticamente. En lo que respecta a la política que subyace tras Batman, ésta puede ser sintetizada en la legitimación del estado de excepción para el combate del terrorismo y el crimen.

Esto queda clarísimo desde el momento de la concepción del héroe. Batman es un paramilitar cuyas acciones encubiertas o no implican el amplio uso de la violencia. Se trata de un vigilante que no rinde cuentas a nadie, que tortura, que al hacer la justicia con sus propias manos viola constantemente las reglas del Estado de Derecho y del derecho fundamental al debido proceso, que se entromete en el trabajo policial y del Ministerio Público, que secuestra ciudadanos en el extranjero para presentarlos ante los jueces de Gótica, que viola el secreto de las telecomunicaciones y que provoca inmensos daños colaterales con sus actuaciones.

Es por ello que el fiscal Harvey Dent compara a Batman con un dictador romano que es elevado al poder en tiempos de crisis para tomar las medidas excepcionales que los gobernantes de los tiempos ordinarios no pueden tomar. Aquí la referencia a la doctrina del estado de excepción y a Carl Schmitt es más que evidente: Batman, con su guerra contra el crimen ordinario de los mafiosos de siempre y contra el extraordinario terrorismo del Guasón, no solo se erige en un supervigilante sino que además usurpa el proceso democrático. No por azar Bruce Wayne decide obtener financiamiento vitalicio de los ricos de Gótica a favor de Dent y su cruzada contra el crimen. La idea es que Dent no tenga que contar con apoyo popular para sus actuaciones.

No es que Batman esté desprovisto de valores morales. Su código de ética, lo que hace que el héroe no se convierta en un villano, es que no mata, hace prevalecer el interés público sobre el personal, está dispuesto a entregarse a la justicia y, contrario al Guasón, tiene capacidad autocrítica. Por eso el Guasón entiende por qué Batman no lo mata: “Verdaderamente eres incorruptible, no es así?”

Lo paradójico es que los terroristas necesitan al dictador excepcional como una manera de legitimarse y probar la hipocresía del liberalismo. Es por ello que el Guasón le espeta a Batman: “No te quiero matar. ¿Qué haría yo sin ti?”. Su “experimento social” es simple: “Introduce un poco de anarquía… Altera el orden establecido… Bien, luego todo el mundo se vuelve loco”. Es la lógica del terror: a la larga, los demócratas que combaten el terrorismo se convierten en villanos. “O tu mueres como héroe o vives lo suficiente para verte convertido en villano”, dice Dent a su novia. Como bien afirmó Jonathan Alter, tras el 11-S, al justificar las medidas excepcionales contra el terrorismo, “nadie dijo que esto iba a ser bello”.

El discurso de Batman es que las democracias necesitan dictadores excepcionales que se ensucien las manos limpiando la casa de los terroristas y los criminales que amenazan a los buenos ciudadanos y a las leyes ordinarias que los villanos no respetan. O para decirlo con las palabras de Slavoj Zizek: “La vigencia universal e incondicional de la Ley solo puede ser sostenida por un poder soberano que se reserve el derecho a proclamar un estado de excepción, es decir, suspender la vigencia de las leyes a favor de la propia Ley”.

El problema es que cuando se acude a mecanismos excepcionales como la tortura y la intercepción de las telecomunicaciones privadas el estado de excepción activado se prolonga indefinidamente y la excepción se vuelve ordinaria y permanente. Zizek ya lo ha dicho: si el único camino de mantener el orden es transgredir el orden, entonces “el precio que pagamos por esto es que el orden que sobrevive en consecuencia es una burla de sí mismo, una imitación blasfema del orden”.

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