Para ganar competitividad, Trump encareció por lo menos en 25% los productos estadounidenses fabricados con acero y 10% los que usan aluminio. Fueron las tarifas que impuso a ambas materias primas importadas. Los países afectados no se quedarán observando, aunque se crea el “trucutú del garrote” para golpear con libertad. No estamos en los setenta cuando los Estados Unidos eran dueño del mundo libre. La Unión Europea programa restringir la entrada de productos norteamericanos y Trump dijo que volverá a golpear penalizando los vehículos que entran libremente. Se inició la guerra comercial.
Perderá el pulso en la Organización Mundial del Comercio, a la que no hará caso o intentará retirarse como ya lo hizo con el Acuerdo Transpacífico, que pudo representar 38.2% del PIB global y con la ausencia se redujo a 13.5%. Tiene amenazado a México y Canadá, si no aceptan sus condiciones inaceptables se retira del TLCN.
Los dominicanos debemos tomar nota de su política comercial, las importaciones de los demás deben caer menos que las exportaciones, y que empeore su saldo de la balanza comercial, equivocadamente entiende que con los Estados Unidos sucederá lo contrario. Es su estrategia para reducir el déficit comercial estructural.
Una política para empobrecer al vecino (beggar-thy-neighbour), denunciada en su tiempo por Adam Smith, y como está documentado, responsable de la guerra de tarifas que precipitó la Gran Depresión de los 30, que redujo el comercio mundial en 19% y se convirtió en combustible para el fascismo y la Segunda Guerra Mundial.
Si el mundo renuncia al libre comercio, las exportaciones mundiales, que en la actualidad representan 30% del PIB, y que junto a la tecnología explican el aumento del producto global, tendera a reducirse, agudizándose la irresistible concentración de riqueza en manos de pocos ciudadanos, proceso que hace 40 años iniciaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Herbert Hoover, un republicano elegido en marzo de 1929 para prevenir la Gran Depresión, es el precedente histórico de Trump. Para recuperarse a costa de los vecinos en 1930 puso en vigencia la Tariff Act, que precipitó la Gran Depresión y se trasladó al mundo con menos comercio, flujos capitales, inversión y corrientes migratorias.
Para Trujillo fue un golpe de suerte, contribuyó a estabilizarse en el poder. Como el país, como sucedía con otros en Latinoamérica, estaba endeudados con bancos norteamericanos, Herbert Hoover (1929-1933) tenía la “sartén agarrada por el mango”. Facilitó que se pagaran solo los intereses de la deuda externa, lo que no se había permitido a ningún otro gobernante desde que Mon Cáceres firmó la Convención Dominico-Americana en 1906. Con Franklin Roosevelt continuó la suerte de Trujillo, en 1933 autorizó la renegociación del principal adeudado en condiciones favorables para las finanzas públicas, liberando liquidez que Trujillo manejó a su antojo.
Roosevelt tomó en cuenta que, con motivo de la crisis originada en los Estados Unidos en 1929, la economía dominicana estuvo en depresión hasta 1934, el PIB declinó a una tasa media anual de 12% y los ingresos Fisco, que habían promediado $14.3 millones dólares de 1926 a 1928, se redujeron en 42% para promediar $8.3 millones de dólares, de 1930 a 1934.
Como resultó el proteccionismo de Herbert Hoover, el de Trump será otro monumental fiasco.