La política del bandazo

La política del bandazo

HAMLET HERMANN
¡Cuánto lamento no haber podido asistir a la reunión que sobre estacionamiento de vehículos se desarrolló en el Ayuntamiento del Distrito Nacional! Allí habría dicho que la solución de la inmensa mayoría de los problemas del tránsito y del transporte tropieza con algunos nudos que es imprescindible desatar. Primero que todo está la voluntad política de los gobernantes. Cuando ellos quieren una cosa es como cuando no la quieren.

De ahí que hayan ido dando bandazos de un extremo al otro tirando dinero en un barril sin fondo, sólo para que los malestares del tránsito empeoren. Uno regalaba “motoconchos” y el otro promete trenes subterráneos. Mientras, pasamos de un gobierno a otro sin que se establezca la política única para el transporte.

Así que los del Ayuntamiento no deben buscar soluciones mágicas si el Palacio Nacional no está interesado en ello y sería bueno recordar que ninguno de los Presidentes ha hablado alguna vez de un programa de construcción o mejoramiento de estacionamientos. No es que quiera quitarle el entusiasmo sino tratando de advertirles que el problema no es técnico. Los problemas del transporte son conocidos por muchos y no tienen secretos. Pero los antojos presidenciales o el problema electoral son los que  mandan.

Si hay escasez de parqueos donde quiera que existe alta concentración de personas es porque los criterios que se han aplicado para las obras viales han estado orientados a privilegiar al automóvil al precio de desarticular las ciudades. Y no es en Santo Domingo solamente donde esto ocurre. Lo mismo tiene lugar en New York, en París, en Nueva Delhi, en Sidney o en Caracas. Desde principios del siglo veinte uno de los grandes estímulos para el crecimiento de la producción automotriz en Estados Unidos fue el de promover que la clase media pasase a vivir en “los suburbios” de las grandes ciudades. Esto provocó que cada familia necesitara, por lo menos, dos automóviles. Por ese mimetismo que sufrimos los subdesarrollados, empezamos a adoptar como catecismo lo que era un mecanismo de mercadeo para los Ford, los Chrysler y demás.

Pero eso no lo dice todo. Los dominicanos tenemos la mala costumbre de querer estacionarnos justo frente al lugar adonde nos dirigimos. Si tenemos que caminar más de una cuadra ya empezamos a quejarnos. En New York, en cambio, somos capaces de caminar dos kilómetros pero aquí, ni un paso. Desgraciadamente para muchos, la inversión en estacionamientos para vehículos no soluciona el problema general. Podría facilitar los manejos cotidianos de un grupo de instituciones o de empresas pero, más que solucionar la crisis existente, la agrava. Se empeora el problema porque seguirían privilegiando al automóvil en desmedro del transporte masivo. Si se va a gastar dinero, poco o mucho, debe ser en vehículos de alta capacidad, tal como se empezó a hacer durante el primer gobierno de Leonel Fernández. En la medida que el transporte colectivo sea eficaz y oportuno, en esa misma proporción la gente dejará de utilizar el automóvil propio que es el que necesita donde  ubicarse  mientras el dueño compra, trabaja o estudia.

Promover la solución nacional del transporte en base a automóviles y vehículos de poca capacidad es o una estupidez o una perversidad más de los corruptos. Fue por eso que provocó tanta indignación que el pasado gobierno del presidente Hipólito Mejía regalara motocicletas como mecanismo electoral sin contribuir al mejoramiento del transporte. Claro que contribuían, pero en sentido negativo hasta llegar a convertirse en un potencial crimen de lesa humanidad. No en balde este gobierno ha tenido que empezar la construcción de hospitales por el “Darío Contreras” de traumatología ya que tienen que atender diariamente centenares de accidentados y de cadáveres producto de la proliferación de “motoconchistas”. Por supuesto que esos promotores del “motoconchismo” a ultranza nunca se molestaron en calcular cuánto le cuesta al Estado dominicano la atención médica a cada herido o muerto de los cotidianos accidentes que ocurren en todo el país. De haberlo hecho se habrían dado cuenta de que con esos fondos se pueden hacer las inversiones para las soluciones definitivas del problemático transporte. Problemas estos que tenemos que soportar porque nuestros Mandatarios quieren descubrir la fórmula del agua tibia para sólo seguir tropezando con la misma piedra. Porque construyendo estacionamientos no se soluciona el transporte nacional sino que se complica aún más. Y aplicando la política del bandazo, menos todavía.

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