La popularización del delito

La popularización del delito

Hay problemas importantes a los cuales no se les presta la debida atención. Nuestro mapa delictivo se amplió ante los ojos de todos y, aparentemente, no existen estadísticas confiables sobre asaltos, atracos, robos en las calles, robos con agravantes tales como nocturnidad, escalamiento. Delitos que se cometían en pequeña escala, en barrios marginados, ahora están a la orden del día.

Antes se producía un incendio criminal una o dos veces al año, hoy es el pan nuestro. La sospecha generalizada es que ante la baja de las ventas hasta niveles subterráneos, ante la inminente quiebra por falta de ingresos para mantener a flote los negocios, se adopta la línea del menor esfuerzo y la empresa “coge fuego” como se dice corrientemente.

El negocio de los seguros aumenta las primas por incendios debido al incremento de grandes fuegos que consumen mercancías, destruyen amplios locales de almacenaje, es un modo de asegurar, una forma de ayudar a la ley del promedio y obtener ganancias por respaldar económicamente a sus clientes.

Desconozco si existen estadísticas confiables sobre los delitos cometidos por dominicanos devueltos desde Estados Unidos luego de cumplir condenas por tráfico de drogas y otros crímenes mayores y si esos estudios calculan el número de infracciones contra el número de deportados, para tener un porcentaje cierto.

Tampoco sé si hay datos y estudios sobre los delitos cometidos por menores de edad por instigación, inspiración u órdenes de algún deportado o de alguna banda dirigida por repatriados.

Hace tiempo que el delito se regó por toda la superficie de la nación. La cobertura criminal se esparció lentamente, como una gota de aceite que cae sobre el mantel. Primero fue una gota, luego la mancha se extendió más allá de lo que era previsible y hoy está en todas partes.

Se tiene como cierto que en todas las familias hay, por lo menos, un miembro que ha sido víctima de la acción de maleantes armados que no vacilan en disparar, para no dejar testigos, a cualquier persona que vea el rostro del asaltante.

La audacia y desfachatez de los criminales es de una magnitud tal que, cogidos por sorpresa, la autoridad ha sido incapaz de prevenir los delitos y, peor aún, paga con la vida de agentes policiales el querer imponer el orden legal.

La delincuencia crece al calor de la oscuridad y el miedo. Las noches son cada vez más ominosas. Salir es peligroso pues mientras los ciudadanos del común son sometidos a toda suerte de restricciones para poseer y portar un arma para su defensa, los ofensores, bien armados, se manejan entre la ilegalidad y las complicidades. Ante ese panorama, me pregunto ¿dejamos correr la bola?

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