La post-verdad y las fake news

La post-verdad y las fake news

Post-verdad y fake news son de las terminologías que dominan hoy el mundo de las comunicaciones, tanto que pareciera que quien no las emplea está fuera de la era cibernética y digital, que no está en nada, que es un desfasado o desfasada, y la emplean los comunicadores, como los políticos y los intelectuales y hasta el Papa Francisco las ha referido en su reciente mensaje con motivo de la “52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales”.
Las fake news, que fue a lo que aludió el pontífice, no es otra cosa que la noticia falsa. La post-verdad tiene una connotación más amplia o diversa, pero se puede resumir en una falsificación o alteración de la realidad, apelando a las emociones, prescindiendo de la objetividad y se incuba en las desorientaciones que caracterizan el convulso mundo de esta segunda década del siglo 21, que de tanto ser difundidas instantáneamente por las redes sociales son convertidas y aceptadas como realidad.
No deja de provocar hilaridad que tanta gente crea que las noticias falsas y la manipulación son un fenómeno nuevo, fruto de la era digital. En realidad han existido siempre, y durante la segunda mitad del siglo pasado, fueron objeto de intensos debates académicos y profesionales.
La gran novedad es la diversidad de fuentes; antes las noticias falsas y la manipulación eran producidas por un sistema comunicativo concentrado en unas cuantas agencias informativas internacionales, y las propias de las naciones dominantes que a menudo se confundían, y los periódicos, radio y televisión concentrados en los grandes poderes económicos. Ahora, las nuevas tecnologías de la comunicación han diversificado y multiplicado las posibilidades de la manipulación de las emociones y hasta de las conciencias de millones de personas, de forma instantánea. Lo pueden hacer hasta los individuos, pero los consorcios políticos y económicos siguen liderándolo.
Nos vienen a la memoria infinidad de casos de lo que hoy llaman post-verdad, como aquella película ítalo-norteamericana “El Monstruo en Primera Plana”, cuyo argumento discurría en un joven dirigente del Partido Comunista italiano acusado falsamente de un crimen de violación convertido por periódicos en un mayúsculo escándalo de repercusiones políticas en una campaña electoral.
Al gobierno de Salvador Allende lo convirtieron en un estrangulador de las libertades en Chile, aunque cayó sin haber reducido ningún derecho; de la revolución constitucionalista dominicana de 1965 se tejieron historias hasta de violación de las monjas para tratar de justificar la invasión de Estados Unidos. Y todavía al comienzo de este siglo el sistema comunicativo justificó la inmensa destrucción de Irak con la consigna de que Sadan Hussein tenía unas armas de destrucción masiva que todavía no han aparecido.
Lo que el Papa Francisco nos ha dicho esta semana es que “El drama de la desinformación es desacreditar al otro, presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos. Las noticias falsas revelan así la presencia de actitudes intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último análisis, la falsedad”.
En los años setenta y ochenta cuando la UNESCO recogió las preocupaciones académicas y de los profesionales de la comunicación por los monopolios de la información fue satanizada, y al igual que quienes promovían la profesionalización del periodismo, convertidos en enemigos mortales de la libertad de prensa, lo que muchos llegaron a creer. Era la post-.verdad.
Fueron los años del Informe MacBride “Un Solo Mundo, Voces Múltiples” proclamando que “con el establecimiento de un nuevo orden mundial de la comunicación, cada pueblo debe poder aprender de los demás, informándoles al mismo tiempo de cómo concibe su propia condición y de la visión que tiene de los asuntos mundiales. Cuando ello se logre, la humanidad habrá dado un paso decisivo hacia la libertad, la democracia y la solidaridad”.

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