La prensa que merecemos

La prensa que merecemos

Desde la prensa se exige mucho de los gobiernos y de otros sectores de la sociedad y está bien que así sea pues los medios poseen una misión de vigilancia y denuncia que debe fortalecer la democracia. Pero entre nosotros, lamentablemente, a la propia prensa se le exige muy poco.

Para ser “el mejor” no hay que ser bueno pues pocas veces aplica tanto el viejo dicho de que en el país de los ciegos el tuerto es rey, aunque hace mucho Federico Henríquez Gratereaux indicó que aquí los ciegos se confabulan para cegar al tuerto en aras de la igualdad.

Hace unos meses recordaba que en uno de los principales diarios hubo no hace mucho un fotógrafo que ascendió a una posición ejecutiva por su habilidad para ayudar a la empresa a sacar de las aduanas, ventajosamente, las importaciones de insumos y maquinarias.

Nada que criticar, sólo que es una curiosa manera de ascender en la carrera periodística. Y todavía hoy ese camino sigue siendo importante, sin que ello desmerite para nada las condiciones profesionales de quien tenga la dicha de conjugar destreza dirigencial periodística con sagacidad aduanal. Igual he visto colegas (a mi pesar debo llamarles así) quienes sin empacho y bendecidos han defendido con igual entusiasmo a banqueros condenados por quiebras fraudulentas, a políticos señalados como de dudosa reputación y a una variada gama de personajes que si habitaran las páginas de una novela de Tolstoy fuesen los malvados.

 Ese ejercicio de villanía hace que prosperen como nunca lo hicieron sus honestos antecesores.

Independientemente de la tintura política que matice el ejercicio, el país es afortunado de contar con periodistas serios a quienes la opinión pública premia con el laurel de la credibilidad. Actualmente hay excelentes ejemplos de periodistas de gran valía, entre los que he resaltado anteriormente a Manuel A. Quiroz y Bienvenido Álvarez Vega, entregados a su oficio con dedicación sacerdotal. Como ellos hay muchos profesionales de acendrados valores éticos dedicados sólo a su ejercicio.

Otra escuela o práctica –al parecer aceptada por la sociedad- admite maneras heterodoxas para satisfacer urgencias que la mera condición de empleado editorial nunca podría cubrir honestamente. Mientras sean aceptadas comúnmente como buenas y válidas esas formas de escalamiento social y económico en un oficio del que casi nadie puede honestamente salir rico, tendremos sólo los periódicos que merezcamos y –con las honrosas excepciones obvias- nada más…

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