De la nota que publicó el FMI se desprende su principal preocupación: el monto y evolución de la deuda pública respecto al PIB. De continuar la política de gastar más de lo ingresado, el déficit fiscal consolidado se mantendrá alrededor de 5% del PIB, y la deuda, de poco menos de 50% a final de este año, pasará a 54% en 2020. Recomienda aprovechar las condiciones cíclicas favorables para crear un balance primario positivo en el sector público consolidado, suficiente para revertir la trayectoria ascendente de la deuda.
Aunque no lo escribió de esta manera, nos dice que finalizó el ciclo de facilidades externas que financió déficits fiscales desde 2008, que por eso no puede continuar la práctica de preparar el presupuesto público con deuda para pagar intereses. Ha sido el criterio sostenido por esta columna, porque además se desconoce el umbral de la deuda respecto al producto que haría imposible pagar los intereses y hacer inviable el crecimiento económico, en especial bajo la actual coyuntura financiera y política internacional, caracterizada por incertidumbre. Lo que debemos es un peligro para la estabilidad macroeconómica, estoy seguro que de esa manera lo analizó el FMI, el riesgo es que de repente cambien las condiciones cíclicas que ahora nos son favorables.
En concreto, que aumenten los intereses que debemos pagar con el regreso a la normalidad de la política monetaria mundial. La Reserva Federal poco a poco aumentará los tipos, comenzará en diciembre o en el primer trimestre del 2016, y será imitado por los bancos centrales de Inglaterra, Japón y el Europeo, porque al final la política monetaria mundial deberá tener la misma dirección.
Lo que podría combinarse con una reducción de la entrada de divisas por turismo de empeorar la “Tercera Guerra Mundial”, como califica el Papa Francisco los bombardeos de franceses, rusos y estadounidenses contra terroristas que tienen su base en Siria. Ambos, el aumento de la salida de divisas por mayores intereses y reducción de las entradas divisas por turismo, podrían disminuir el stock de reservas internacionales, requiriendo de políticas públicas que crean sufrimiento, como son austeridad fiscal y recorte drástico del gasto, además, de tener que renegociar el servicio de la deuda.
El precedente lo tuvimos en el segundo quinquenio de la década de los setenta e inicio de los ochenta, por errores de políticas públicas se agotaron las reservas internacionales del Banco Central, durante varios años se acumularon déficits fiscales y desbalances en las cuentas externas. El detonante se produjo a final de 1983, cuando colapsó el precio de las materias primas que exportábamos, aumentó la factura petrolera y el interés internacional. El crecimiento de la economía, de promediar anualmente 5%, se redujo a 1.5%. Aunque la deuda pública (US$2,200 millones) equivalía a solo 25.3% del PIB, los intereses representaban 22% de los ingresos corrientes, y como el gobierno no tenía pesos ni el Banco Central divisas para pagar, se renegoció el servicio de la deuda.
En aquella ocasión debíamos la cuarta parte de lo que producíamos en un año, ahora alrededor de la mitad; en 2016 pagaremos intereses equivalentes a 20% de los ingresos corrientes, parecido al 22% de 1983. Es mandatorio reducir la deuda.