La primacía del escenario sensorial

La primacía del escenario sensorial

El  escritor es responsable absoluto de la aparición de un paisaje en la historia que cuenta, muchas veces como personaje y todas las veces como autor. Se trata de un recurso propuesto, que ocupa un espacio narrativo de forma intencional, que le permite hacer una compilación de sucesos, de temas, de objetos, de elementos, y que forma parte de un solo cuadro, de una mirada intencional.

En el cuento “No son pero son” que figura en el libro “Del trópico” (Editorial Alfaguara, México 2001. “No son pero son”, Pág. 79) Rafael Ramírez Heredia descubre y describe para los lectores un singular escenario. Lo hace con estas palabras: “Desde la mecedora colocada en el corredor Ricardo Román mira el oscilante borde del río. Descubre el panorama pese a los cuarenta años de vivir en ese mismo sitio en que la ciudad se extendió bordeando su casa, la cercanía del cauce y su olor, sus riberas y las luces del otro lado que de débiles y ralas se convirtieron en manchas multicolores”. Pero se trata de un recurso donde el narrador entra en complicidad con el personaje Ricardo Román. Se trata de un narrador que hace de “medio” para que veamos primero a un Ricardo Román sentado en una mecedora colocada “en el corredor” y que “mira el oscilante borde del río”.

El escenario en “No son pero son” es fundamental, ya que constituye no solo un espacio narrativo, sino el lugar clave para situar a un lector que entra de manera privilegiada a una singular historia que se nutre del presente y los recuerdos que atormentan a Ricardo Román sentado en una mecedora.

El uso del paisaje como incidental en el curso de una historia no es muy frecuente. Eso lo vemos en el aprovechamiento que hace Rafael Ramírez Heredia en su novela La Mara:

 “…lo asientan en el suelo sobre las piedritas  filosas que se usan junto a las vías y todo está negro, las luciérnagas se han espantado, lo dejan solo con el dolor y con el murmullo de los hombres a los que apenas divisa, delineados contra la negritud del cielo, como árboles torcidos que meten sus ramas a la quietud del camino”.

En “Encrucijada” (Editorial Popular, España, 2002. Pág. 74), de Roberto G. Fernández, aparece un fugaz escenario, pero con una importancia capital para el cuento.

“Matilde del Risco Castellanos jamás llegó a tener familia. Felipe, su esposo, murió dos días después de la boda. Su muerte fue una verdadera tragedia, tan joven, tan lleno de vida. Se parecía a Clark Gable. Habían ido a Mayajigua, de luna de miel, y Felipe hacía alardes de jinete. Estaba tronando, cayó un rayo y el caballo se desbocó con el estruendo. Felipe no llegó a ver la rama baja del algarrobo en dirección a las cabañas de los enamorados. El caballo llegó a la casa con el cuerpo decapitado de Felipe. Cuando mi hermana lo vio, quedó muda. Un año entero estuvo sin hablar.”

Un paisaje, finalmente, sirve a Mempo Giardinelli en “Subidos de tono” (Editorial Norma, Colombia, 2003. Pág. 17) de manera excepcional, para apoyar la descripción de un “muchacho bello, de cuerpo atléticamente  trabajado y ojos celestes, muy claros, del color de esa porción de cielo que se ve, a las seis de la tarde, sobre el horizonte verde de la selva y debajo de una tormenta de verano.”

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