La primavera

La primavera

Ayer se inició formalmente la primavera con todos sus encantos; es una experiencia anual maravillosa. La pasada semana recibí un apreciado obsequio, un libro, con una dedicatoria muy gentil, de parte del pensador y filósofo dominicano el Sr. Bruno Rosario Candelier, su última obra “La fragua del sentido”, al leer su página primera, la asocié al  período primaveral, luego de agradecer la galanura del pensante lingüista, esa grata experiencia, la quiero compartir con ustedes.

Cita el autor, que: “…durante el proceso de meilinización cerebral, el lenguaje y el afecto troquelan la conformación de la sensibilidad. Según ese concepto, dos ejes fundamentan la formación de la personalidad: el lenguaje y el afecto. A esos dos factores, entiendo que hay que agregar otros dos que, a mi juicio, influyen en el desarrollo del ser humano. Además del lenguaje y el afecto, indispensables en el desarrollo de la conciencia, hay que sumar el influjo de la tierra y la cultura.”

Cuál es la conexión de el libro con esta estación primaveral, la que disfruto, me inscribo en los  románticos, siempre que llega no puedo negarles a los amables lectores que con sus colores y policromías, se hacen presentes recuerdos de mi vida, importantes porque son parte de mi personal armamentario de felicidad. Desde manchar la ropa en la infancia temprana por majar almendras sin cuidado donde la tía Rosa de Gastaud; ella de seguro hoy estará habitando espacios astrales por su bondad, nos permitía esas transgresiones aun en contra de los mandatos de mi madre, consentía cariñosamente que en mi infancia fuéramos a “majar almendras”, uno de los árboles  donde mejor se expresan los cambios primaverales, conectado también con mi  posterior estancia en Inglaterra.

Hace ya años, en Londres, cuando me asfixiaban la soledad y la tristeza por estar en las cuatro paredes de mi “amplio” estudio, me iba al parque de Finsbury, a darle de comer a las palomas y a ver si encontraba a alguien con quién conversar, de hecho conocí en un banco del parque a un señor octogenario en esa época, profesor retirado de filosofía de Oxford, de ascendencia irlandesa el refinado caballero Johan Mcurling, de gran generosidad afectiva y en sus ojos de lebrato, yo el deslumbrado joven de entonces, apreciaba una mirada de compasión por mi soledad, con él “filosofaba” sobre temas diversos, en una ocasión me preguntó –por qué  visitaba frecuentemente el parque, si aquí sólo vienen los niños y los viejos, al menos que esté soleado-, le expliqué que vivía solo y que estaba esperando para empezar mi especialidad de neurología.

En otra oportunidad, con la sencillez de los sabios me preguntó -si comprendía la felicidad humana-, le dije que tenía mi propia concepción y él sabiamente me dijo -que sólo la tierra misma y la energía cósmica en una complejidad metafísica, las únicas que nos podían dar la felicidad-, por juicios similares en su libro es la conexión con Don Bruno. Iniciando el florecimiento primaveral, -me preguntó si conocía la historia de  los “dafodils”-, son unas maticas con bulbos, que tienen bellas flores amarillas, anuncian en Inglaterra la primavera, señalándomelas dijo -la felicidad humana es como ellas, en primavera brindan todo su esplendor, pero todo era sólo por un corto tiempo-, todos ellos forman parte de mis muy gratos  recuerdos primaverales.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas