(En ocasión del 100 aniversario de la desocupación de 1924 y del 59 de la ocupación de 1965)
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La carta del secretario de Marina estadounidense, George N. Robenson, enviada el 21 de marzo de 1871, desde Washington, al contralmirante P. S. Lee, comandante de la Flota del Atlántico Norte, da explicaciones jurídicas, comerciales y de interés nacional, para justificar la presencia militar en territorio dominicano.
Es probablemente la más contundente prueba de la intervención militar norteamericana en la República Dominicana de entonces. Al tratar de negarla, la denuncia.
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Todas las ocupaciones militares tienen una justificación: el supuesto cumplimiento del deber. Sea legal o ilegal, una intervención es siempre una agresión. Pero en el caso de la República Dominicana era doblemente ilegal: las acciones de la Marina no contaban con el apoyo del Senado norteamericano, y la Constitución dominicana vigente prohibía, en su artículo tercero, la enajenación de todo o parte del territorio. En el caso de Samaná se trató de una ocupación militar: se izó la bandera norteamericana y se nombró un Gobernador de su país. “…Nosotros tomamos posesión de la Bahía y la Península de Samaná”, confiesa Robeson.
Niega que sus soldados en aguas dominicanas hayan disparado un solo tiro o desembarcado y tomado parte en los conflictos internos del país. Hay numerosos documentos de sus propios comandantes en la zona, que le desmienten. Él mismo ordenó, en carta del 10 de junio (1869), a Owen, por instrucciones del presidente Ulises Grant, el apresamiento del general Gregorio Luperón, el barco “Telégrafo” y todos sus oficiales. Después del proceso judicial que en relación con ese buque se siguió en Saint Thomas y en Trinidad, el comandante Owen decidió apresar a Luperón en el puerto de Cabo Haitiano, al enterarse de que el patriota llegaría en la goleta inglesa “Telemina”.
En la rada del puerto le esperaba el buque de guerra “Seminole”. Owen envió lanchas de soldados para detenerlo, pero lo impidió la intervención del general haitiano Nord Alexis. Indignado, Luperón se dirigió al Consulado norteamericano para protestar ante el cónsul Abraham Croswel, amigo del patriota dominicano. Croswel le manifestó que “él comprendía que el gobierno norteamericano no debía proceder de ese modo, pero que todos los barcos de guerra de su país que se encontraban en los mares de las Antillas tenían la orden de capturarlo donde lo encontraren”. Hugo Tolentino, biógrafo de Luperón, al referirse al incidente, observa que capturarlo, en los términos del presidente Buenaventura Báez y de Grant, significaba asesinarlo.
Cuando el general Orville Babcock hizo su primer viaje a Santo Domingo, a bordo del Tybee, el secretario Robeson envió en julio (1869) el buque de guerra “Tuscarola”, para que le diera al general “el apoyo moral de sus cañones”. No se ponían de acuerdo el secretario Robeson y sus oficiales. Para muchos de estos últimos no había duda de que cumplían con su deber, pero a través de la invasión y la intervención militar. Así, el capitán William G. Temple, comandante del navío “Tennessee”, escribía el 24 defebrero (1871) a B. F. Wade, presidente de los comisionados, que se encontraba en Azua:
“Mi querido senador: Tengo conocimiento de que varias personas agregadas a la expedición se disponen a partir mañana por la vía terrestre para la ciudad de Puerto Príncipe. Esas personas no han pensado que al actuar de ese modo van a jugar el papel de espías si son apresadas por soldados de (José María) Cabral”.