La primera piedra sobre Pedro

La primera piedra sobre Pedro

LUIS EMILIO MONTALVO ARZENO
Desde pequeño tuve el privilegio de ser bautizado como cristiano dentro del seno de una familia profundamente católica en la cual nacimos tres hermanos: mi hermana Rosa Julia, que trajo al mundo junto a su esposo Ney siete hijos, entre ellos un sacerdote jesuita (el Padre Guillermo Perdomo), el segundo fue mi hermano Juan Manuel Montalvo Arzeno, sacerdote jesuita, quien murió con apenas 42 años y como homenaje a su memoria los Jesuitas crearon el Centro de Estudios Sociales Padre Juan Montalvo.

Finalmente, a los siete años de nacer mi hermano Juan llegué yo al mundo. Nuestros años de niñez se desarrollaron en la Moca de aquellos años 40 y 50.

No obstante el oscurantismo pre-conciliar de aquella época, nos criaron con un gran respeto a las otras confesiones religiosas tanto cristianas como no cristianas.

Entendí siempre al estudiar la historia de las religiones, las milenaria raíces de las religiones más antiguas y los valores profundos que encerraban. Nunca creí en lo que se nos metió en la cabeza en ese entonces, en que fuera del cristianismo no había salvación. En esa época los ex misioneros de China promovían unas llavecitas del cielo que constaban de 100 huequitos y que con un peso se llenaba de llave completa y servía para bautizar un niño pequeño y abrirle la puerta del cielo. ¡Nunca creí en eso!

Creí siempre en esas profundas convicciones de conciencia que se van formando desde niño y en las acciones del Espíritu Santo que no apareció de repente el día del Pentecostés después de la Resurrección de Jesús, sino que ha estado velando mucho antes de los millones de años que se tomó la aparición de la vida en el Universo. El espíritu iba regando por la faz de la tierra las semillas del verbo (a que se refirió el Papa Benedicto XVI en Brasil) y que hacía posible la aparición de grandes profetas, no solo en el pueblo de Israel. Me refiero a Mahoma, Buda y otros entre los aztecas, los incas y otras culturas milenarias.

También entendí que fruto de las debilidades humanas en la estructura de la Iglesia Católica nacieron movimientos de Reforma y que a su vez hicieron reaccionar a la misma Iglesia para buscar su camino verdadero.

Lutero, Calvino y demás no estuvieron más llenos de debilidades humanas que muchos Pontífices Romanos y Pastores de entonces.

Sin embargo la tradición apostólica que nació en la designación de Jesús a Pedro como cabeza del grupo y en la formación de las primeras iglesias cristianas de entonces formadas por Pablo y otros, me hace aferrarme a esa cadena de sucesión que arranca en el primer siglo de esta Era. Decía un sabio historiador de la iglesia a quien conocí, y me imagino que lo habrá recogido de una voz muy autorizada, que la mayor prueba de la divinidad de la iglesia Católica enraizada en Cristo, es su permanencia a través de la Historia y que ni los malos pontífices y obispos y curas corruptos no hayan podido acabar con ella. ¡Verdad llena de realismo!

Quiero terminar concluyendo que me inspiran respeto las Iglesias milenarias no cristianas, las grandes iglesias cristianas separadas de Roma en coyunturas históricas controversiales, pero comprensibles.

Admiro y celebro el movimiento y las inquietudes que están surgiendo hoy en día en busca de la espiritualidad, todo lo cual contribuye a sanear nuestra sociedad aquí en este mundo y a contrarrestar la corrupción, el materialismo rampante y el afán loco de alcanzar riquezas materiales y lucro de la noche a la mañana.

No importa del grupo confesional que procedan esas sanas e inspiradas iniciativas, ya sean de católicos, grupos cristianos no católicos, de iglesias orientales o de donde sean, con tal que prediquen el amor a Dios y el amor a los demás, la solidaridad humana, la lucha contra el mal en todas sus formas y la mirada firme, iluminada por la fe, en otra vida después de ésta.

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