La primera regla

La primera regla

La primera regla del contrato social es el compromiso de cumplir las reglas, pues de lo contrario la ley no es más que “un pedazo de papel”.
Vivir en sociedad tiene dos riesgos: el choque de unos y otros, o la sumatoria para el bienestar, y todo depende de cumplir las reglas establecidas. Cumplir la reglas, según Douglas North (Premio Nobel de Economía), es como engrasar las piezas de una maquinaria, y no cumplirlas es cómo manejar una maquinaria oxidada, que las piezas chocan las unas contra las otras. Para algunos economistas y sociólogos esa fue la gran diferencia en la colonización: orden en Inglaterra y desorden en España.
Las estadísticas confirman el punto y los países donde rige el imperio de la ley tienen menos accidentes de tránsito, menos corrupción gubernamental, menos violencia en las calles, y mayor desarrollo y bienestar general. En realidad, esa es la gran diferencia entre naciones desarrolladas y naciones que no despegan. El desarrollo no depende de las riquezas naturales, ni de clima ni raza, pues en la historia el polo de desarrollo se ha movido desde Egipto en África, hacia China o Babilonia en el Asia, luego hacia Europa, y finalmente hacia los Estados Unidos, de modo que no es clima, ni raza ni riquezas naturales. En realidad, los países más ricos están en África: allí está el diamante, mucho oro, y petróleo, y lo que les falta no es una revolución proletaria ni establecer el libre mercado, sino una regla básica e imprescindible: el imperio de la ley.
Cumplir las reglas produce la sumatoria, y de lo contrario nos volvemos los unos contra los otros. El paso de la barbarie a la civilización se hace cuando se establece el imperio de la ley, pues ya no manda el rey ni el presidente, sino que manda la ley, y la ley establece contrapesos entre los poderes del Estado, de modo que se logra un equilibrio institucional, y esto es lo que produce el despegue y el desarrollo general.
Nuestra mayor necesidad como país es, pues, producir ciudadanía responsable, y esto significa personas que cumplan las reglas y la palabra empeñada. Es lo que Fukuyama denomina ‘capital social’, que cuando un país lo posee se dispara el desarrollo, y cuando no lo posee, se produce estancamiento. El imperio de la ley es lo que garantiza los tres requisitos de una buena administración: ética, equidad, y eficiencia. Lo contrario del imperio de la ley es el caudillismo o un hombre sobre la ley.
Se requiere, pues, un gran pacto para el imperio de la ley, y esto significa el fin de los caudillos y el fin del tigueraje.

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