La problemática del PRD

La problemática del PRD

La principal problemática del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) ha sido, desde sus inicios, la división, la falta de entendimiento y  las ansias desmedidas de poder. Ni que decir tiene que su mal no es exclusivo, ya que debe ser inherente al temperamento político dominicano y abarca a la casi totalidad de partidos, ideologías, tendencias y prototipos. Es algo endémico que debemos llevar en la sangre y nos lo vamos transmitiendo de generación en generación como una maldita herencia genética.

Son las mismas desavenencias que hicieron dividirse a nuestros héroes independentistas aún antes de que naciera la nación, porque tanto a liberales como a conservadores les unía la urgencia de separarse de Haití, aunque los trinitarios pretendieran la formación de un nuevo país, es decir la República Dominicana, y a los conservadores, la anexión a otra potencia; incluso ellos estaban divididos en pro franceses y pro españoles, aunque algunos también ya “hacían ojitos” a los Estados Unidos.

Y claro, por mucho que los jóvenes trinitarios, aprovechando los conflictos entre Jean Pierre Boyer y Charles Herard, tomaran la iniciativa y terminaran “llevándose el gato al agua”,   inmediatamente después de constituida  la República,  liberales y conservadores  lucharían a muerte para arrebatarse o conservar el poder según casos y circunstancias.

Veamos la prontitud con la que Buenaventura Baéz, en cuanto alcanzara el poder, se enfrentara a Pedro Santana, su mentor, o las pugnas caudillistas entre rojos y azules… y entre los mismos azules, o si no que se lo digan al General Gregorio Luperón  cuando fue traicionado por Ulises Heureaux “Lilís”, su hombre de confianza en Santo Domingo mientras él gobernaba desde Puerto Plata.

A Horacio Vásquez cuando se le subió a las barbas su protegido, el empresario Juan Isidro Jimenes y desde entonces “Bolos” y  “Coludos” fueran  irreconciliables.

O cuando los norteamericanos decidieron marcharse allá por el 1924 después de invadir durante ocho años y cobrarse con creces las deudas que contrajera una caterva de presidentes irresponsables dedicados a darse golpes de estado los unos a los otros  y  a emitir  papel moneda sin respaldo económico en vez de incentivar la producción.

Y a un  Horacio Vásquez  cuando en 1929  le terminara traicionando un jovencísimo

Rafael Leónidas Trujillo, por aquel entonces su Jefe del Ejército, permitiendo que le dieran un golpe de estado para luego alzarse él mismo con el poder en unas elecciones en las que a base de terror solo se presentó su candidatura. Y es que siempre ha sido así, recordemos que del propio entorno del “Jefe” surgieron sus ejecutores, eso sí, con la anuencia del “Tío Sam”.

El PRD no pudo  escapar a esa maldición desde que el profesor Juan Bosch lo fundara en Cuba allá por el año de 1939. Es de creer que en la propia gestación ya iba engendrado el virus de la división, ese que terminaría  por hacerlo dimitir para fundar un nuevo partido que él mismo llamara PLD, en 1973.

Tampoco debe ser casualidad que una vez se consiguiera salir de los nefastos y sangrientos 12 años de Balaguer, y el PRD pudiera hacerse con la victoria en las elecciones de 1978,  el presidente perredeísta don Antonio Guzmán terminara volándose la cabeza luego de constatar que sus más próximos colaboradores y allegados, en vez de perseguir el  bien común del pueblo dominicano, o al menos el de su propio partido, se dedicaran a lucrarse valiéndose de las más descaradas tretas y con todos los imaginables abusos de poder; para no hablar de su sucesor Salvador Jorge Blanco que terminó condenado  por corrupción, malversación de fondos y unos cuantos cargos más, a 20 años de cárcel, que no llegó a cumplir por que se empleó a fondo con todos sus conocimientos jurídicos y todas sus influencias para poder evitarlo.

O el oportunismo del doctor Joaquín Balaguer cuando las diatribas entre  José Francisco Peña Gómez y  Jacobo Majluta  provocaran la escisión de éste último fundando el Partido Revolucionario Independiente (PRI), lo que permitió que el maquiavélico doctor pudiera ganar alegremente las elecciones de 1986.

Asumiendo semejante historial, no debiera parecernos extraño que hoy un líder natural del PRD,  Hipólito Mejía,  se despedace con su “compañero” de partido Miguel Vargas Maldonado, mientras un Luis Abinader asiste pasmado a la reyerta.

Desde afuera parece evidente que debieran aunar  fuerzas, limar asperezas o al menos lavar los trapos sucios dentro de la casa para que los vecinos no se enteren de sus diferencias, pero no; hay que dar espectáculos vergonzosos, hacerse trampas en las primarias para sacar el candidato presidencial,  liarse a tiros o, literalmente a sillazos, entre los miembros del mismo partido.

¿La problemática del PRD? Pues no es otra que esa problemática intrínseca tan nuestra de la desunión llegando al extremo de la competencia desleal, la infamia e incluso la traición. ¿La solución? Bueno, pasaría por empezar a cambiar la mentalidad, y entender que un cargo político lleva consigo una vocación de servicio y no la avidez desbocada de poder y medra que la mayoría exhibe sin recato, y que la prioridad es hacer un verdadero proyecto de nación, sin importar quien ostente el poder en cada momento.

El actual partido de gobierno seguirá campando a sus anchas mientras el PRD no se entere que para evitar los excesos de poder, es necesario mostrar un partido compacto que ejerza una  oposición digna.

Por el momento, solo nos queda rogar que Dios nos pille confesados, porque al final, cada pueblo tiene lo que se merece.

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