Los memorables combates que sostuvieron los renombrados pugilistas del peso completo Joe Louis y Max Schmeling en el Yankee Stadium de Nueva York en 1936 y 1938, se caracterizaron por la intoxicante propaganda nazi a favor de su connacional, y por el ambiente tenso con el mundo al borde de la guerra. La comunidad judía establecida en la gran urbe estadounidense veía a Schmeling como el ídolo de la Alemania del Tercer Reich y representante del antisemitismo hitleriano.
Para el primer choque que tuvo efecto el 19 de junio de 1936, la prensa local había señalado como favorito a Louis, el invicto joven portento de fulminante pegada, contra el veterano Schmeling, quien aspiraba a salir airoso del choque como peldaño para un encuentro con el vigente campeón universal James Braddock, lo que le permitiría recuperar la corona que había perdido cuatro años atrás.
Joe Louis era el representante de la comunidad afroamericana, la cual se desbordó en febril entusiasmo y en los barrios periféricos como Harlem, muchos permanecían pegados a la radio para seguir los pormenores del evento. Una de las crónicas más brillantes fue obra del prominente escritor deportivo cubano Felipe Cunill, denominada “Joe Louis-Max Schmeling: Drama en dos Actos”.
Arthur Bulow, ex manager del boxeador alemán, impresionado por el récord del estadounidense, escribió en un periódico berlinés que su compatriota no pasaría de los primeros asaltos, lo que enfureció a Goebbels, el ministro nazi de propaganda, quien prohibió la publicación de futuros artículos de Bulow.
Su entrenador Jack Blackburn, en su interior mostraba cierta preocupación, pues entendía que su pupilo no se había entrenado bien, debido a una serie de distracciones, aunque Louis le había dicho al famoso promotor del choque, Mike Jacobs, que ésa sería su pelea más fácil.
Pero en los hechos las cosas no resultaron favorables al Bombardero de Detroit, pues para sorpresa de todos, su rival puso en ejecución una táctica certera que desde el inicio le rindió buenos frutos ante un oponente que lucía confundido, frente a un contrincante que se desplazaba con ágiles piernas y hacía blanco con fuertes golpes. En el segundo, el tercero y el cuarto asalto el alemán trazó la ruta de la debacle que le esperaba a Max.
En el undécimo asalto, Louis tomó la ofensiva por última vez y pegó un sólido martillazo a la quijada de Schmeling, pero éste en vez de detenerse, retomó una bestial acometida con sólidos ganchos al mentón. Cayó de rodillas, entonces el árbitro Donovan comenzó el conteo. Louis intentó ponerse de pie, pero se fue de bruces y cayó boca abajo. El árbitro decretó el final del choque, que declaraba vencedor al alemán.
Tras su victoria Schmeling viajó a su patria, aún con el rostro hinchado, donde fue festejado por Adolfo Hitler y su gabinete en el Palacio. Louis aceptó la derrota, diciendo que le había ganado un hombre que supo más que él aquella noche y que trataría de ser el mejor de los dos la próxima vez.
Louis en el 1937 conquistó el título de los pesos completos derrotando al entonces campeón mundial circunstancial James Braddock, propinándole un nocaut en el octavo asalto.
La revancha con Schmeling se llevó a cabo el 22 de junio de 1938 en el mismo escenario. La táctica encomendada era la de atacar con rapidez y contundencia desde el primer asalto. En apenas dos minutos y cuatro segundos fulminó la anatomía de Schmelig, quien quedó en la lona tendido por la seguidilla de bombazos, al extremo de sacarlo en una ambulancia al Hospital Policlínico de Nueva York, donde se determinó que tenía una fractura en la vértebra. Louis se convirtió en uno de los peleadores más grandiosos de todos los tiempos, llegando a establecer un récord de 25 defensas exitosas que todavía se mantiene.