La propensión a los accidentes

La propensión a los accidentes

¿Alguna vez ha escuchado a alguien narrar con sorprendente entusiasmo los acontecimientos “heroicos” en los que milagrosamente se escapó de la muerte, o de los metales y tornillos que sujetan sus “reparaciones”quirúrgicas?

¿Tal vez conozca a alguna persona que ha protagonizado diversos episodios de emergencias médicas a causa de un accidente, aunque no haga alarde de su condición de “sobreviviente”?

Los accidentes que ocurren en la vía pública pueden atribuirse diversas causas: conducir bajo los efectos del alcohol u otras drogas, el exceso de velocidad, la no utilización de los cinturones de seguridad u otras precauciones, o a la falta de visibilidad adecuada en una carretera.

Pero, pocas veces se hace referencia a causas de orden psíquico, como son la ansiedad, la depresión, y la tendencia a exponerse a “situaciones extremas” de riesgo no calculado, como es el conocido juego de la “gallinita ciega”, que realizan muchos jóvenes en algunas avenidas de la ciudad.

El enfoque psicosomático considera la relación entre cuerpo y mente, valorando la importancia que el estrés y otros factores psicológicos tienen en la aparición, evolución y tratamiento de ciertas enfermedades físicas.

La propensión a los accidentes se encuentra en la línea fronteriza de la disfunción somática y de la conducta, razón por la cual ha sido descuidada tanto por los médicos en general como por los especialistas de la salud mental en particular, no obstante haber sido descrita como síndrome a principios de la década del 40 por Helen Flanders Dunbar cuando elaboró su teoría de la especificidad.

Dunbar propuso un perfil de personalidad propio para cada trastorno psicosomático, idea que fue rápidamente superada, y hoy día solo prevalece por consenso el modelo de personalidad propensa a los accidentes y traumatismos.

En realidad Dunbar se refería a patrones de conducta característicos. El también llamado hábito traumático se caracteriza por una escasa capacidad para la previsión y la planificación, manifestaciones de inquietud psicomotora, déficit de atención, tendencia a la inestabilidad, personalidad insegura, sentimientos de frustración y rebeldía contra la autoridad.

Como en todos los trastornos psicosomáticos, habría de estudiar la especificidad del conflicto, que en el contexto psicoanalítico se refiere al lenguaje de los órganos, según la cual las alteraciones funcionales y orgánicas de las vísceras expresan simbólicamente correlaciones psíquicas conflictivas y concentraciones de la libido.

En esta parte, el “órgano” deberá ser entendido como “lesión”, para una mejor comprensión del hábito traumático. Igualmente deben explorarse los acontecimientos de la vida no deseables y la situación desfavorable que valoran los factores ambientales.

Pero sin duda en la propensión a los accidentes hay, muchas veces como trasfondo, una personalidad que persigue llamar la atención o causar compasión para compensar sentimientos de inferioridad del más diverso origen.

El niño o niña que con frecuencia sale lesionado mientras juega o comparte con sus iguales, deberá ser orientado a tomar medidas de precaución para evitar esas lesiones, o lo que es decir entrenamiento asertivo y autocuidado. En el caso de las y los adultos, la mejor terapia en estos casos es la de orientación dinámica o terapia psicoanalítica.

Angela Caba es directora general de Salud Mental de la Secretaría de Salud Pública

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