La propensión a meter la pata

La propensión a meter la pata

Aparentemente, la propensión a ensuciarse, a arrojar basura al suelo, parece estar demasiado arraigada entre nosotros. La tendencia a meter la pata, el gusto por el ridículo y el auto degradarse, parecen ser conductas obsesivas que corren parejas con la tendencia a convertir lo serio y formal en puro relajo.

Una ancestral fobia al orden y a la  disciplina, tal vez residuo de los abusos padecidos en tiempos coloniales, conducentes al supuesto o real pesimismo dominicano, a una generalizada incredulidad en nosotros  mismos como nación,  y de falta de fe en Dios, notoria en destacados políticos.

Un complejo es un cúmulo estructurado de experiencias y recuerdos  de infancia que, convertido en un sistema de debilidades o vulnerabilidades, propende  a atraer y acoger energías físicas, virales o espirituales, poseedoras de determinadas características o cargas que están en los aires, y en el ambiente cultural o grupal. Incluyendo creencias espirituales y religiosas; endogramas y programas que acceden y se graban en el sistema genético, a manera de predisposiciones o “predicciones proféticas” que co-accionan, como bendiciones o maldiciones, que  “se ayudan a auto cumplirse a sí mismas”, desarrollando determinadas actitudes y comportamientos (Thomas).

También puede haber predisposiciones o herencias genéticas negativas (minusvalías físicas,  aptitudinales o actitudinales);  o positivas (dones, talentos), acumuladas por generaciones de una familia o etnia, que se transmiten en los genes. Los antiguos y los “contemporáneos  primitivos” de África creen que comer ciertas carnes de animales da determinados poderes físicos, psíquicos o espirituales. Especialmente la sangre, la cual la Biblia prohíbe por razones de salud, y, posiblemente, de contaminación espiritual. De ahí, que adventistas ni judíos comen morcilla ni cerdo.

No es descartable que tanto comer morcilla, mondongo y chicharrones por generaciones, nos haya dejado sus efectos. Contaban en mi pueblo que cierta vez un médico avezado, por carecer de recursos avanzados de la medicina moderna, tuvo que ingeniárselas, haciendo un trasplante de hígado de cerdo a un paciente que ya no tenía cura. Como nunca lo dijo a nadie y menos al paciente, éste se fue a su campo y jamás supo el galeno de los resultados de su atrevido ensayo.

Pero años más tarde, yendo de cacería por unos pantanos de Nagua donde acudían por millares las gallinetas, se encontró con el sujeto, quien le comentó acerca de lo bien que se sentía y que comía con fruición y digería hasta cascaras de plátano y semillas de aguacate. Que tan sólo tenía un problemita, que cuando veía un lodazal, aunque fuese vestido de blanco, no resistía el deseo de revolcarse en el lodo.

No hay que criticar que alguien vaya en Metro a Villa Mella a comprar “groserías” y “delicadezas” fritas. Pero a falta de una educación mayor al 4% del PIB, tal vez sea necesario revisar nuestros hábitos culturales, como el de ingerir alimentos y sustancias microbiológica o espiritualmente contaminados, a fin de mejorar al menos algunas de nuestras conductas públicas.

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