La propuesta de Leonel Fernández

La propuesta de Leonel Fernández

POR  JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
Al mirar las propuestas de Leonel Fernández me pregunto si quienes le adversan han hecho el mínimo esfuerzo en entenderlas. Desde el tema del Metro, hasta la reforma constitucional; desde su recurrente exhortación a asumir la modernidad hasta el Diálogo Nacional y la Consulta Popular, el Presidente llega a la población pero la oposición, al parecer, no logra admitirlo.

Todo momento es histórico, en el sentido de que el tiempo siempre deja su impresión en nosotros. Así, hasta el más inocuo de los momentos, el de la nada, trascurre marcando en nuestro espíritu el ocio, el aburrimiento o la desilusión. Sin embargo, no todos los momentos merecen ser escritos, la selección de algunos hitos, que llamamos históricos, los que terminan escribiéndose, nacen de una tarea reflexiva del que quiere recordar algo y al entenderlo se dispone a plasmarlo en la memoria colectiva.

Nuestro país está atrapado en su propio laberinto, léase, en su propia historia. Nuestra historia, nuestro propio laberinto, es lo que nos define, no como esencia sino como devenir: no somos, sino que nos vamos haciendo. Hasta ahora lo que se nos muestra, como hizo Francisco Moscoso Puello en sus Cartas a Evelina, las dos caras de cada moneda con valentía y objetividad, es un sociedad dual.

Necesitamos entender esa sociedad dual que hasta hoy hemos sido: la que quiere paz, con el machete; la que quiere democracia y fomenta el clientelismo; la que quiere orden sin cumplir las leyes; el mismo país que se independiza del país que le dio libertad (legal) a sus esclavos; que considera la migración recibida una invasión y la emitida un derecho. Un país donde algunos héroes del pueblo fueron también sus verdugos.

Necesitamos un pensamiento crítico menos maniquea, que no rompa la lucha entre liberales y conservadores como si en la práctica gobernante hubiera habido alguna diferencia, y que no rompa la responsabilidad entre gobernantes y gobernados, porque se parecen demasiado. Visto en detalle la dualidad no era un enfrentamiento de unos contra otros, sino la manifestación de todos en nuestra propia y extraña dualidad. La dualidad dominicana no son hechos separados, son caras de una misma e indivisible moneda que ha escrito en papel y espíritu el pesimismo.

Según Ortega y Gasset, las sociedades siguen los patrones que traza la generación que dirige sus destinos; la razón histórica, es la razón vital de las personas de una generación, la salida o el entrampamiento depende en gran medida en quien confiamos para ir en la avanzada. Se avanza o se retrocede en la medida que la generación gobernante (aquellos que imponen sus valores vigentes) tenga el buen tino de tomar las decisiones correctas. Los líderes no tienen que ser dioses y en democracia la ciudadanía debe evitar conferirles esos atributos; pero sin líderes las sociedades entran en la anarquía.

Las generaciones pasadas han ido construyendo sin determinismos, a veces más por inercia, lo que hoy damos por cierto, lo que son nuestros usos y nuestras costumbres; pero de cuando en vez, un grupo de gran fortaleza vital rompe con lo que deja de ser tradición para ser arteriosclerosis y logra superar lo que parecía imposible. Luce como si el único dirigente político que se plantea la cuestión más allá de lo coyuntural fuera Leonel Fernández. Esa es la historia que merece ser escrita, la que planteé superar la trampa que hasta hoy nos hemos construido.

El llamado pesimismo dominicano hay que superarlo y transformarlo supone evitar el compartimiento sin salida que implica no confiar en nuestro destino. Esta ha sido el más fatal de las sentencias que nos hemos auto impuesto, aún cuando la hemos planteado en su forma “positiva” aspirando a la utopía, por definición imposible y por definición también una forma de pesimismo.

La esperanza no debe cimentarse en la utopía de Ícaro, pensando que podemos pegar alas a nuestro cuerpo y escapar de nuestra historia para salir del laberinto. La esperanza es saber que todo laberinto tiene una salida, sólo a nosotros nos corresponde encontrarla.

Aquellos más concientes de la responsabilidad individual y social, los que tienen vocación de asumir más deberes que el promedio de los ciudadanos, los que dedican algún momento a pensar, pueden hacer la diferencia entre estar perdidos en un laberinto o encontrar el camino cierto hacia una salida.

La salida del laberinto dominicano pasa por superar la negación de lo que somos, reconociendo críticamente la dualidad que ha escrito nuestra historia: el desarrollo y su costo, la modernidad y sus paradojas en un país pobre, la permanencia y el cambio, el crecimiento y sus no siempre favorables exigencias, la necesidad de orden y nuestra vocación voluntariosa, nuestra forma arraigada de ser más conservadores al tiempo que vamos exigiendo reformas liberales. Muchos han intentado situarse en alguna de las caras de la moneda, pocos han intentado superarla.

El destino común del país no está determinado ni escrito en piedra. La salida del laberinto se logrará cuando nos reconozcamos tal como somos, para emprender el siguiente paso y caminar hacia una historia diferente y posible, construida evitando los vericuetos, trampas y atajos: superando primero que nada el tradicional pesimismo.

En más de una ocasión he visto a Leonel Fernández plantear una visión optimista del futuro de cara a la historia que está por escribirse. El Presidente cree que se puede salir del laberinto superando el añejo y tradicional pesimismo dominicano, y la dualidad en la que hasta hoy hemos estado atrapados, y esa ha sido la más fuerte de sus apuestas. Podemos, junto con su liderazgo, ser actores en escribir una historia que merezca contarse. Nada que no esté en nosotros lo impide.

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