La Puerta de El Conde ¿Restauración o error?

La Puerta de El Conde ¿Restauración o error?

La nostálgica sentencia “cómo era, donde estaba”, es la negación del principio mismo de la restauración, y constituye una ofensa a la historia y un ultraje a lo estético, al considerar reversible el tiempo y la obra de arte reproducible a voluntad.

El trabajo de intervención realizado en “La Puerta de El Conde” constituye un acto de desconocimiento a los más elementales principios de restauración, históricamente establecidos, desde el Renacimiento hasta nuestros días.

La preservación de la consistencia física de una obra de esta naturaleza y condición histórica debe tener necesariamente prioridad, porque representa el lugar mismo de la manifestación de la imagen histórica, que asegura la transmisión de la imagen al futuro, garantizando su percepción en la conciencia de la identidad de una nación, como ente dinámico y símbolo de lo porvenir.

Por lo tanto, no será menester mayor insistencia para afirmar el único momento legítimo que se ofrece para el acto de restauración de esta obra es el del presente mismo de la conciencia observadora en que la obra intervenida está en el momento y es presente histórico, aunque sea también pasado y esté en la historia so pena de no pertenecer en caso contrario a la conciencia humana, o al compromiso histórico que asume una nación frente al patrimonio de su desarrollo identitario, o el compromiso simbólico de su porvenir.

Aun cuando pueda parecer un tanto absurdo, se podría intentar que la restauración a este monumento incidiera en el lapso de tiempo entre la conclusión de la obra y el presente; también esto se ha hecho y tiene un nombre. Es la “restauración de la restitución” llevada a cabo en este caso, y que ahora se pretende abolir. En tal sentido, la restauración de un monumento histórico se realiza partiendo de la exigencia arqueológica referida a la obra, en cuanto monumento susceptible de restauración.

¿Qué pretenden decir hoy los monumentos dentro esta simbólica de interpretación? En procesos con amplia participación, e intervención del Estado, la restauración de estos monumentos expresa el impulso histórico de los pueblos y comunidades que buscan reinventarse en sus propios procesos de reconstrucción. No hay, ni puede haber, un solo pueblo o nación sin un arquetipo simbólico, que rebase su propio imaginario.

En el caso de “La Puerta de El Conde”, ¿se puede decir que hubo un estudio arqueológico previo, tanto de sus posibilidades técnicas y simbólicas como de sus materiales y soportes, con miras a una reconstrucción histórica?

Todo parece indicar que no, ya que, de acuerdo a la instancia histórica, debemos plantear el problema de si es legítimo conservar o eliminar el eventual “añadido o pañete” de un monumento que es un símbolo del pueblo dominicano. Testimonio tangible de sus alegrías y desgarramientos, o acaso “el sueño roto” de una nación, aletargada y vacía.

Desde el punto de vista histórico, las adiciones o “técnicas de pañetes” sufridos por una obra de tal magnitud no son más que nuevos testimonios del quehacer humano y, por tanto, de nuestra propia historia. En tal sentido, lo “añadido” no se diferencia del núcleo originario y tiene idéntico derecho a ser conservado. Por el contrario, su eliminación si bien es también resultado de una actuación (errada o no), como tal se inserta igualmente en la historia, en realidad destruye un “documento”, y no se documenta a sí mismo, por lo que conduciría a la negación y destrucción de un acontecimiento histórico y la falsificación de la percepción del mismo.

De ello deriva que históricamente solo es legítima la conservación incondicional del “añadido” mientras su eliminación ha de justificarse siempre, y en todo, como debe ser, realizada de tal manera que deje huella de sí misma y en la propia obra, en este caso, en nuestro monumento patrio, “La Puerta de El Conde”.

De aquí se deduce que lo que debe considerarse habitual, en estos casos, es la conservación del “añadido”, que no representa “necesariamente” producto de un acto, y es esa alteración o “pañete superpuesto” que se conoce científicamente como mampostería o “técnica de adobe”.

Se ha dicho “no necesariamente”, porque es indudable que el artista restaurador también podría haber contado con cierta aquiescencia en el uso indebido de otros materiales, de usos indebidos en este tipo de construcción. Es indiscutible que la conservación y la eventual reintegración de este monumento ha sido alterada. Desde el punto de vista histórico, debemos reconocer que es un modo de falsificar la integridad arqueológica del mismo. Se podría pensar que el problema no cambia mucho respecto a las construcciones. También una reconstrucción testimonia una intervención del hombre, y asimismo viene a dar fe de un monumento de la historia. Pero una reconstrucción no es lo mismo que un “añadido” o una simple técnica de “empañamiento reconstructivo”.

El objetivo explícito o implícito de la reconstrucción es siempre hacer desaparecer el lapso de tiempo, producto del deterioro producido por el mismo, bien sea porque la última intervención en fecha, en la que consiste la reconstrucción, quiera asimilarse al tiempo mismo que nació la obra, o bien porque pretenda refundir completamente en la actualidad de la reconstrucción ese mismo tiempo anterior. Por ello, el “añadido o técnica de empañamiento” será tanto peor cuanto más se aproxime a la reconstrucción, y la reconstrucción será tanto más aceptable cuanto más se aleje de la “adición o añadido” y tienda a construir una unidad nueva sobre la antigua.

Sin embargo, se podría añadir que las reconstrucciones, por pésimas que sean, también constituyen en sí mismas “documentos”, aunque sea de un error de la actividad humana, y siempre pueden formar parte de la historia del hombre como tales equivocaciones; por ello no deberían ser destruidas o eliminadas, sino, como mucho, aisladas. La cuestión podría parecer históricamente aceptable si no fuera porque en realidad se genera la convicción de inautenticidad, de falsedad respecto al conjunto de la obra, a partir de la cual se pone en cuestión la propia veracidad del monumento en cuanto a monumento histórico.

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