Es justo reconocer que es más lo que debe aplaudirse que lo que puede criticarse en los primeros pasos del nuevo gobierno.
Sin tener que dar detalles o recuentos de realizaciones, el presidente Abinader y su gabinete se muestran empeñados en fortalecer la idea de que los resultados de las pasadas elecciones representan un verdadero “cambio” en el rumbo de la nación.
Sin embargo, algunos errores son tan relevantes que provocan fuerte suspicacia respecto a si eso es verdad o se trata de una percepción creada a base de propaganda y/o manipulación de la opinión pública, remedando las prácticas publicitarias del anterior gobierno.
En un sentido u otro las opiniones se ajustan al adagio “escobita nueva barre bien” y hay que esperar su funcionamiento en el tiempo para saber si la “nueva” es realmente buena o inservible.
Creo firmemente que la presente y futura evaluación de la gestión del nuevo gobierno se asentará de forma privilegiada en la apreciación de la ciudadanía sobre su nivel de corrupción y eso me hace retomar la celebérrima frase del inefable fallecido expresidente Joaquín Balaguer, quien proclamó que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho y ahora es tiempo de asegurarse muy bien de cómo es la arquitectura del despacho presidencial, no vaya a ser que tenga puertas laterales, traseras y secretas, como muchos de los despachos de presidentes del mundo por donde podría pasar la corrupción.
Hay que cuidar al Presidente para que no cometa graves dislates siguiendo recomendaciones de fariseos cercanos y así la población estaría tranquila sabiendo que no es fácil que caiga en los folklóricos “ganchos”.