La raíz del conflicto

La raíz del conflicto

Guido Gómez Mazara

Todo sistema electoral tiene la obligación de revisarse en la medida que los ciudadanos no lo perciben como garante de transparencia. Puede resultar irónico, pero el modelo democrático estadounidense necesita ser repensando porque la noción de representación efectiva de los electores, aunque posee un fundamento constitucional, cercena la noción de votante con la de colegio electoral.

Eso sí, tal observación presenta profundos niveles de confusión desde la perspectiva de experiencias electorales donde la noción del voto, y su carácter individual, expresa una voluntad insustituible.

Las competencias presidenciales, tanto Gore vs Bush como Trump contra Clinton, representan esquemas de participación contrarias al modelo democrático culturalmente asociado a la realidad del continente.

Por eso, el sentido del fraude y los argumentos post electorales en nuestros países andan asociados con el uso de los recursos públicos desde el poder, la intervención de militares en la contienda, el robo de votos y mil clases de artimañas, en capacidad de burlar la voluntad popular.

Ahora bien, la dinámica de recientes competencias electorales expresan en lo cerrado de sus resultados la tragedia de que, en el marco de la contabilidad individual del voto, en múltiples circunstancias el “ganador” goza de menos simpatías ciudadanas.

Uno de los graves problemas, quizás la raíz esencial de las desigualdades, del sistema electoral estadounidense consiste en que las últimas cuatro décadas las llamadas minorías étnicas impulsaron un pliego de reformas en sus respectivas comunidades y/o en el orden federal pretendiendo solución en lo local de los desequilibrios existentes y postergaron transformaciones de mayor trascendencia.

Esencialmente, afroamericanos e hispanos estructuraron reclamos que encontraron avenidas de entendimiento en cuotas de participación que, con el paso del tiempo y el desproporcionado crecimiento de sus comunidades, determinan la suerte electoral de aspiraciones en todos los niveles de la estructura de poder.

Cuando en la reciente experiencia, inducidos por una pandemia sin precedentes, 100 millones de ciudadanos votan por adelantado y se genera casi un 67% de participación electoral, los niveles de entusiasmo obedecen a factores trágicos como: la peligrosidad sanitaria y la fragmentación de la sociedad.

Por eso, la época en que los aspirantes seducían a los electores sobre bases esenciales y por un discurso coherente, han sido sustituidos por el sentido del miedo y la radicalización de segmentos poblaciones que se ubican detrás de propuestas propias de una coyuntura capaz de retratar la vaciedad y limbo existencial de un pueblo.

Los Estados Unidos de los Kennedy, Reagan, Clinton, Luther King, Malcom X, estableció las bases de un sueño de redención que encontró un proceso de transición en capacidad de producir un Barack Obama como último referente de políticos con ideas. De ahí, su fácil victoria e indiscutida reelección porque un partido demócrata despliega auténtica e imbatible posibilidades de éxito en la medida que su propuesta electoral es sinónimo de verdadero cambio.

El pasado martes 3, la propuesta de Joe Biden tuvo dificultades en Estados clave como Pensilvania, Texas, Michigan y Florida.

Finalmente, creer que los resultados formales validan un presidente constituye un acto de desconocimiento de la raíz del conflicto.

El modelo político-electoral estadounidense requiere de un proceso de reingeniería para su sobrevivencia, y se torna necesario, en la medida que preserve el instinto de moldear la conducta política de nuestras sociedades porque hace años decidieron ser un referente.

Aunque parezca una ironía, cada día más están reproduciendo los vicios de los modelos electorales latinoamericanos.

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