La raíz electoral

La raíz electoral

Guido Gómez Mazara

Es traumático de toda organización no poseer auténtica conciencia de clase

Desde siempre, las organizaciones partidarias poseen una raíz electoral en capacidad de preservar y aumentar sus simpatías en la ciudadanía. Históricamente, la permanencia en el Gobierno conduce a sumatorias caracterizadas por ventajas que allanan el camino de franjas beneficiadas por la gestión y base del variopinto social militante y dispuesto fanáticamente a seguir al líder y/o candidato.

Aquí, nunca nos detenemos a reflexionar sobre las características de las primeras elecciones democráticas post Trujillo y la transferencia del voto afín al tirano, decidido a adherirse al aspirante que representaba la opción ideal para derrotar a la Unión Cívica Nacional.

Y el error táctico que se repite amargamente consiste en confundir respaldo en comicios con identidad de fuerzas sociales aptas en estructurar una mayoría. Juan Bosch creyó que el voto cercano al caudillo ajusticiado en mayo de 1961 terminaría en sus bolsillos políticos como resultado del odio enfermizo de éstos con el conglomerado social convertido en partido, encabezado por Viriato Fiallo.

En el terreno de los hechos, una de las múltiples maneras de interpretar la interrupción del ritmo de pluralidad institucional en septiembre de 1963 consiste en que los núcleos que habilitaron el triunfo en diciembre de 1962 no coincidían con las reformas progresistas estimuladas por el Gobierno que ellos ayudaron a ganar.

Desde el fracaso del partido Azul y la respectiva distorsión de su razón fundacional, estimulada por Ulises Heureaux, las llamadas fuerzas progresistas o asociadas a los sectores populares, cuando llegan al poder cometen el error de tornarse desmedidamente empáticos con clanes adversos que distancian la gestión de su base electoral, provocando una quiebra significativa del respaldo social original, y con la fatalidad de que nunca logran cambiar las tradicionales simpatías en el núcleo que pretenden conquistar desde el oficialismo.

Se gobierna para todos, pero lo traumático de toda organización es no poseer la auténtica conciencia de clase, desdeñando la raíz esencial que en definitiva es la garante de permanencia en el poder o fuente de un ejercicio opositor con potencialidad en alcanzar el favor de los ciudadanos.   

El ir y venir entre ejercer el gobierno y mantenerse largos años en la oposición, del litoral PRD hoy PRM, debemos asociarlo a la tragedia de no establecer las bases de una “cultura del poder” porque tienden a repetir los errores de siempre y posponen el cooptar un club de pensadores que rebasen la lógica de buscar migajas y se adentren en la definición de las líneas generales de un proyecto de sociedad edificado alrededor de ideas y capacidad de exhibir los criterios diferenciadores del resto de sus competidores.

La fatalidad de hábitos fratricidas y afán por cerrarle el paso al talento, producen la sensación de que no aprenden de las falencias pasadas y exhiben la manía de vreproducirse en exponentes de nuevas generaciones, como si el pasado asaltara el espíritu de lo moderno. 

José Francisco Peña Gómez, a tantos años de su partida, florece en el corazón de las bases partidarias por su sentido de equilibrio, conexión con los sectores populares y punto de incorporación de los excluidos y racionalidad entre la naturaleza de las masas que llenan las urnas de votos y la inadvertida tentación de cambiar la esencia popular de las organizaciones, por la marcada agenda corporativa, que gana bastante espacio en medio de un ejercicio político sin carga ideológica.

Tanto el PLD como el PRD perdieron su batalla en el corazón de sus seguidores debido a la desvinculación operacional con su raíz electoral.

Desafortunadamente, el militante era importante para llenar las guaguas, asistir a las manifestaciones, pero después de la victoria las argucias construidas sobre esquemas discriminatorios en el acceso al empleo se traducen en una noción vulgarmente utilitarista en su relación con los cuadros políticos y sus bases.

Transitar por esa senda expresa un divorcio con la raíz de toda organización y fuente de negación de la razón básica de los partidos surgidos hace años con la definida intención de permitir que los humildes también se sientan insertados. ¡Estamos a tiempo!