Cuando en el período de los doce años del expresidente Joaquín Balaguer se iniciaron los trabajos de la avenida Luperón, el primer gran corredor urbano de la ciudad, las críticas no se hicieron esperar, pues en el momento no se alcanzaba a ver la pertinencia de la obra.
El rechazo de entonces en algunos sectores era comprensible, pues esa vía se construía en los suburbios del oeste de Santo Domingo, entre montes y zonas escasamente pobladas, aunque después con los años se convertiría en una vía comercial de intenso tránsito.
La idea era conectar de esa forma dos extremos distantes de la ciudad con una avenida de amplitud, lo que permitiría el descongestionamiento vehicular en la zona metropolitana y facilitar el acceso y salida de la ciudad porque comunicaría la autopista Duarte con la avenida 30 de Mayo.
De esta forma se emprendía un gran proyecto de tales características que décadas después, vías similares comenzarían a llamarse corredores o avenidas de circunvalación, un concepto actualmente muy en boga en la prioridad de las obras emprendidas con el apoyo del Ministerio de Obras Públicas.
Tras la terminación de la avenida circunvalación de Santiago, cuyos trabajos estuvieron suspendidos durante 20 años, la atención ahora en materia de megaproyectos viales está concentrada en la circunvalación de Santo Domingo, que con un trayecto de 17.7 kilómetros enlazará la autopista Duarte, siguiendo por la carretera Mella hasta llegar al distribuidor de Boca Chica.
Eliminar de forma sustancial el paso de vehículos de carga por el centro urbano -que diariamente complica a extremos perturbadores el tránsito citadino- figura entre las metas principales, al proyectar una comunicación expedita de la región Sur con el Este y el Cibao.
El ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, ha dejado en claro la importancia que le asigna a esa y otras obras de parecido rango, al argumentar que la vía contribuiría a tener una capital más moderna, ordenada y con mayor movilidad y seguridad en las carreteras. De ahí, el indispensable seguimiento para que el avance no se detenga por falta de recursos, lo que a su vez evitaría incremento en los costos.
Pero la pregunta relevante es si en el ánimo público y principalmente en las comunidades que se incluyen en el trayecto se tiene la precisa percepción, expresada ya inicialmente por algunos lugareños, de que una vez concluida contribuirá al progreso y el bienestar, que a la postre es lo que justifica verdaderamente este tipo de cuantiosas inversiones.
Es indispensable una campaña permanente de concienciación vial dirigida a automovilistas en general, a la luz de la experiencia vivida con la Luperón, no entendida en sus comienzos y hoy en día apreciada y sobreutilizada, al punto de que diariamente se forman largos taponamientos porque muchos choferes y conductores la utilizan como vía de escape.
Otro proyecto que amerita continuidad, por las expectativas que ha generado entre pobladores de la región Sur, por cierto no siempre atendida en la medida que lo merece, es el corredor de la región, que comprende la rehabilitación y mantenimiento de 180 kilómetros de carretera, con una inversión de 850 millones de pesos y que persigue fortalecer la seguridad vial.
Un dato novedoso, que quizás sirva de provechoso modelo a seguir en la rehabilitación de otras carreteras, es la aplicación del denominado sistema de “construcción en tráfico vivo”, es decir sin paralizar el tránsito mediante la aplicación de una avanzada tecnología de la ingeniería civil.
Pero lo relevante es que todo esto se traduzca en un auténtico desarrollo económico y humano.