JOSÉ BÁEZ GUERRERO
A medida que se acercan las elecciones, para las cuales faltan apenas siete meses y piquito, los ataques de la oposición al Presidente Fernández van arreciando. Ya no sólo cuestionan su política. Leí que el presidente del PRD tuvo el atrevimiento de descalificar ética y moralmente al Jefe del Estado, principalmente por su candidatura a la re-elección ¡Cuántas cosas, y en qué bocas, hay que oír! ¿Y acaso no apoyaron, con entusiasmo digno de mejor causa, tanto el presidente del PRD, ingeniero Ramón Alburquerque, y su secretario general, doctor Orlando Jorge Mera, el fracasado intento re-eleccionista del entonces presidente Hipólito Mejía? ¿Cómo puede ahora ser malo lo que creían ambos en aquel entonces que era bueno?
Hay políticos como Hatuey Decamps que han mantenido una posición constante y coherente en contra de la re-elección presidencial, mas sin embargo se aferraron a un continuismo flagrante cuando estuvieron en otras posiciones. Pero Decamps, político fino, critica, cuestiona y censura hechos concretos, sin poner en tela de juicio la integridad personal de Leonel Fernández. Si fuésemos a juzgar la moralidad o la ética de los políticos, ¿cómo haríamos para ir poniéndolos en la balanza, para aquilatar a cada uno comparado con su oponente?
Entre nosotros, la mayoría de los políticos activos insiste en pronunciarse en contra de la re-elección presidencial, como si ella en sí misma fuera mala. Pero el continuismo lo aprueban en todas las demás actividades públicas, desde las presidencias de clubes para jugar dominó, los gremios profesionales y asociaciones sin fines de lucro, hasta la Liga Municipal Dominicana, las curules congresuales, el liderazgo partidario o las ganas de candidatearse.
Al momento en que, hace meses en París, el entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, anunció su retiro de la política tras una dilatada carrera de más de cuatro décadas, toda la comunidad política se alegró.
Quizás su mala salud influyó, pero lo determinante parece haber sido el agotamiento de su capacidad para atraer votos. La candidata socialista Segolene Royal –¿se acuerdan de ella?– dijo que una página de la historia ha pasado; el líder derechista Jean-Marie Le Pen opinó que Chirac pasará a la historia como el peor presidente francés; el actual gobernante francés, quien era secretario de Interior, Nicolás Sarkozy, basó su discurso en diferenciarse de su dimitente mentor. Pero todos celebraron del fin de la era Chirac.
En casi todos los países democráticos, los políticos, estén o no en el poder, algún día se retiran. Uno de los más poderosos incentivos para retirarse es el fracaso. Si la longevidad política es la única medida, podría argüirse que Chirac fue exitoso, pues reinventó el gaullismo y presidió a Francia desde 1995. Pero su legado incluye una corrupción rampante, una economía cuyo desempeño es peor que el de las demás potencias europeas, una deuda estatal enorme, un creciente desempleo y tensiones sociales agudas, que incluyen violencia racial en barrios de las ciudades. Pero aún en algunos casos de éxito político, como el de Clinton en los Estados Unidos, tras dos períodos presidenciales, usted se va para su casa. (Y si se es Clinton, se hace por conseguir que a la esposa le den el carguito que antes tenía )
La reforma constitucional norteamericana que limita la reelección a un período adicional, es relativamente reciente. El trigésimo segundo presidente, Franklin D. Roosevelt gobernó de 1933 hasta 1945, cuando salió del poder por causa de su muerte. Fue elegido cuatro veces. Pero la limitante constitucional no impide que clanes políticos se perpetúen en el poder, como los casos de ambos Bush, la senadora Clinton que aspira a la Presidencia, y los Kennedy.
Uno no sabe, pero sospecha, que retirarse es fuñirse. Los amigos del Presidente Fernández se preguntan qué hará este joven y brillante estadista después del 2012, cuando tendrá menos edad que la que tenía Balaguer cuando fue electo presidente por primera vez. Los amigos de Hipólito Mejía retozan con la travesura de un eventual retorno. Hasta Danilo Medina, que no ha llegado, insiste en volver. En la política criolla no hay fecha de caducidad, y mucho menos cuando contamos con el lujo de veteranos jovencitos
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