A casi dos años de haber llegado a la Presidencia de la República, los observadores y analistas del Gobierno del licenciado Danilo Medina no han podido llegar a un criterio unificado sobre cómo ha sido hasta ahora su comportamiento en términos de beneficios para el país.

Los que lo ven con buenos ojos lo hacen sobre la valoración de su carácter y por decisiones que han implicado enfrentar sectores considerados como explotadores de los intereses nacionales, pero que otras gestiones tuvieron como vacas sagradas.

A esto se suma la impresión de una cierta sensibilidad para escuchar y atender situaciones que han sido de gran molestia para los ciudadanos.

Sin embargo, hay una parte de los observadores que se muestran un tanto frustrados.

La primera razón para esto tiene que ver con el trato que esta gestión le ha dado al problema de la corrupción.

En este aspecto el licenciado Medina no ha hecho virtualmente nada.

Ha sido mucho lo que se ha dicho sobre esta práctica pero no se han habilitado procesos serios de investigación, de sometimientos y de condena contra alguien.

Lo otro tiene que ver con la economía, pues la gente sigue al grito por el alto costo de los alimentos, por la falta de oportunidad de trabajo y por el encarecimiento de los combustibles y del dinero prestado, entre otros renglones importantes.

Se han mantenido intactos los parámetros que establecen una enorme diferencia entre la burguesía y la clase humilde. Una es cada vez más rica y, la otra, cada vez más pobre.

Los servicios públicos principales siguen en la misma condición de siempre.

Uno empieza a tener la impresión de que esta gestión se caracteriza más por lo perceptivo que por la realidad concreta y sustancial.