La rebelión de las abuelas

La rebelión de las abuelas

CHIQUI VICIOSO
El jueves 20 de abril un grupo de divertidos periodistas se apersonó al edificio de la Corte Criminal en la calle Centre.  Su actitud era de broma frente al grupo de señoras que llegó con sus andadores, bastones y sillas de ruedas a la corte criminal.

No era para menos, porque las acusadas eran Marie Runyon, de 91 años; Molly Klopot, de 87; Lilian Rydel, de 86; y otras quince señoras, todas de la misma edad y todas acusadas por la policía de tener una “conducta desordenada”.

Acostumbrada a los achaques de mi madre y mis tías, todas mucho más jóvenes, y a su ir y venir entre cardiólogos y especialistas que les recomiendan no moverse para no agitar sus cansados corazones, o sus fatigados pulmones, la noticia me llamó poderosamente la atención.

¿Un grupo de abuelas nonagenarias detenidas por conducta desordenada?

¿Cómo y por qué?

El New York Times había publicado sus fotos y ciertamente ninguna parecía tener capacidad para integrarse a una marcha y  mucho menos para comportarse de manera agresiva y desordenada con la policía.

Mis  dudas se aclararon cuando leí el nombre de  su organización:  “Brigada de las abuelas por la paz”, una brigada que el pasado octubre se apersonó a las oficinas de reclutamiento para la guerra en Irak, sita en Times Square, para enlistarse para la guerra, lo cual llenó de asombro al personal.

¿Enlistarse para la guerra? ¿Por qué? “Porque hemos vivido lo suficiente, visto lo suficiente, viajado lo suficiente y queremos que en vez de enviar a la guerra a estos muchachos de 20 años, que apenas han comenzado a vivir, nos envíen a nosotras”.

Cuando los militares, la mayoría de los cuales podían ser sus nietos y biznietos, reaccionaron y se negaron  a enlistarlas, las abuelas decidieron quedarse sentadas en la estación, lo que aquí se llama un “sit-in”, y no moverse de sus asientos.

Los policías que acudieron en auxilio de los militares, quienes también podían ser sus nietos y biznietos, no tuvieron  otro  recurso  que  esposarlas  gentilmente, levantarlas y arrestarlas con sumo cuidado.

La reacción de la prensa no se hizo esperar y en el juicio que se realizó el pasado jueves, las cámaras de televisión invadieron las salas de un juez, apellido Morgenthau, que es famosos por la edad: tiene 86 anos, y que por primera vez no estaba enviando a jóvenes negros o latinos a la cárcel, o a drogadictos y ladrones, sino a un grupo de ancianas que, como es el caso de Marie Runyon, era mayor que el y lo trataba con la familiaridad de una mujer de su edad llamándole “Sonny”.

El juez trató renegociar la sentencia sin que las abuelas tuvieran que subir al estrado, pero ellas querían explicar por qué estaban en la corte: “Hay algo fundamentalmente incorrecto  en nuestro país”, y “es  nuestra responsabilidad como patriotas no mantenernos calladas”.

“Nuestra protesta es para alertar a un público apático”, “por eso no aceptamos ni multas ni servicio a la comunidad como condena”, “queremos que se nos oiga”.

No las dejaron continuar, pero de sus cuellos pendían las fotos de sus nietos y biznietos, los que ellas querían salvar de la guerra, los nietos y biznietos de toda la humanidad.

Recordé a las abuelas de la Plaza de Mayo, pioneras en la emergencia de la población femenina envejeciente en la lucha política, todas víctimas de otra guerra, más sucia por ser encubierta, todas en la búsqueda de sus nietos y nietas, la mayoría adoptados por los propios asesinos y torturadores de sus hijos e hijas.

Y concluí que la edad es un estado mental, y que las ideas no envejecen y mantienen viva la juventud fundamental que es siempre la del espíritu y su determinación. Animus-anima.

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