La rebelión de los Claustros

La rebelión de los Claustros

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Autonomía, Fuero, Co-gobierno, Libertad de Cátedras y otras conquistas  de la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918 le imprimieron a las instituciones latinoamericanas de educación superior una fisionomía peculiar. Pero, las marejadas de Córdoba no llegaron hasta aquí; fueron alejadas de nuestras costas por los interventores yanquis y por el alumno más aventajado de éstos, Rafael Leónidas Trujillo.

Entre los finales de la década del 30 y mediados de la del 40, la Universidad de Santo Domingo experimentó cierto cambio: se promulgó una nueva Ley de Organización Universitaria; se abrió una nueva etapa en la orientación de la educación superior en lo tocante al funcionamiento y  organización de la Universidad estatal; se creó una Facultad de Agronomía y Veterinaria y varias escuelas como la de Notario Público, Obstetricia, Enfermería, Química. Desafortunadamente, esas unidades  nunca llegaron a funcionar o fueron suprimidas meses después de haber sido creadas, por lo que la oferta académica  de la Universidad terminó por limitarse a carreras tradicionales conducentes al grado académico de licenciado: Derecho, Medicina, Odontología, Farmacia e Ingeniería. Ese primer intento por renovar la Universidad estatal y de romper con los esquemas tradicionales en los que se desarrollaba, terminó en un fracaso rotundo. 

En tiempos de Trujillo, con honrosas excepciones, las cátedras que se impartían en la Universidad de Santo Domingo estaban a cargo de personas de apellidos ilustres y de intelectuales paniaguados del régimen; estos últimos,  más brillosos que brillantes.

No se corresponde con la verdad aquello del supuesto prestigio que exhibía  la Universidad estatal en tiempos de Trujillo “cuando la crema y la nata de la intelectualidad dominicana, incluyendo muchos desafectos al régimen trujillista, ofrecían cátedras “¡Por Dios! ¿Cuáles desafectos? Intelectuales de la talla de un Juan Isidro Jiménes, Pericles Franco, Corpito Pérez Cabral, María Herminia Ornes Coiscou,  Pedro Mir, Carmen Natalia Martínez Bonilla, Virgilio Díaz Grullón, Tulio Arvelo, Viriato Fiallo, Rafael Alburquerque Zayas Bazán, Hugo Tolentino Dipp, los hermanos Tirso y Marcio Mejía Ricart, Francisco Alberto Henríquez  y otros más no tenían cabida en una Universidad que no era más que un instrumento de la tiranía trujillista, “una maquinaria para otorgar títulos profesionales”  

Es cierto que a varios intelectuales, que una vez fueron anti-trujillista, el sátrapa les permitió impartir docencia en la Universidad estatal, claro está, después de que éstos renunciaran públicamente a  su condición de enemigos del régimen. Esa actitud “bondadosa” del Jefe para con algunos de sus antiguos enemigos no niega el hecho de que en la llamada “era de Trujillo”  tenía que optar por una de tres opciones: militar en bando de la dictadura y comportándose como tal; ir a la cárcel, o marcharse al exilio.  

En tiempos de Trujillo, en carreras como Filosofía y Derecho, se ponía muy de manifiesto la incoherencia entre lo que se enseñaba   y los contenidos de las asignaturas. El meollo del asunto no estaba en   quién enseñaba tal o cual asignatura, sino en el cómo lo hacía. Es que la inadecuación entre la estructura de la Universidad y la atmósfera de terror que se respiraba entonces originaba un cúmulo  de insatisfacciones insoportables muchas veces.

Después de los desembarcos de Constanza, Maimón y Estero Hondo; del atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt, del asesinato de las hermanas Mirabal, y de otras acciones deleznables ordenadas por Trujillo, una profunda crisis estremeció los pilares del régimen; la caída de Trujillo se veía venir. Todo terminó con el ajusticiamiento del sátrapa, la noche del 30 de mayo de 1961. Muerto el tirano, el esquema universitario enquistado en el pasado que en vida cobijó, comenzó a sucumbir. 

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