La rebelión de los claustros

La rebelión de los claustros

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Durante la llamada “era de Trujillo”, la Universidad de Santo Domingo experimentó significativos cambios materiales e institucionales como el de la construcción de modernos edificios en el Campus Universitario; la erradicación del sistema de estudios libres, que permitía a los interesados cursar carreras profesionales sin asistir a cátedra, teniendo como única obligación la realización de exámenes periódicos; la organización de prácticas de laboratorios en algunas carreras; la publicación de trabajos de investigación y reproducciones de ensayos científicos y literarios de autores nacionales y extranjeros; la ampliación y sistematización de los servicios bibliográficos; el restablecimiento de la Facultad de Filosofía; y el surgimiento de unos que otros organismos especializados, tales como el Instituto de Investigaciones Antropológicas; el Instituto de Investigaciones Geográficas y Geológicas; el Instituto de Periodismo, el Instituto Sismológico y el Instituto de Legislación Americana Comparada.

Varios hechos contribuyeron al relativo progreso de la Universidad estatal en tiempos de Trujillo: el auge de la economía dominicana debido a la subida de los precios en los mercados internacionales de sus principales rublos de exportación; el aumento de la matrícula universitaria debido al aumento general de la población y a la intensificación de la enseñanza básica y secundaria; la claudicación y el entendimiento de la élite intelectual con Trujillo; la incorporación al cuerpo docente de la Universidad de destacados intelectuales ibéricos refugiados de la guerra civil española, tales como Constancio Bernando de Quiroz, Fernando Sainz, Amós Sabrás Gurréa, Jesús de Galindez, José Gaos, entre otros; y los afanes de rectores entusiastas y románticos como Julio Ortega Frier, Virgilio Díaz Ordóñez, Manuel Arturo Peña Batlle y otros que no cesaron en su empeño de que la Universidad pudiera ser en un ambiente de pesadilla y de terror, como el que se vivió aquí durante más de treinta años. Esa atmósfera de resignación  y de silencio en una Casa de Alto Estudio  la reproduce el escritor vasco Jesús de Galidez en su libro La Era de Trujillo: “Cuando llegué a la República Dominicana lo que más me impresionó fue el silencio de los claustros universitarios. El estudiante latino es ruidoso, rebelde, inesperado en sus reacciones; sus sociedades y fiestas tienen ambientaciones de bohemia; todas las ideas políticas florecen en la Universidad, y más de una vez estallan en algaradas; en los países de dictadura se incuba la revolución en amalgama de profesores y alumnos. En la República Dominicana su Universidad tiene ritmo de seminario conventual”.

“La enseñanza universitaria  – continuamos citando a Galindez- estaba anquilosada por la mordaza política que impide toda discusión de temas que pudieran despertar inquietudes. La Universidad es simplemente una maquinaria para otorgar títulos profesionales”. Era que Trujillo había convertido  esa cuatricentenaria institución en un páramo yerto donde los pensamientos críticos no tenían cabida. Para ese innoble propósito, contó, no sólo con los intelectuales que estaban y habían estado a su servicio desde su asalto al poder en 1930, también, con los  que, después de algunos años apartados de su régimen y de todo lo que él representaba, optaron por colaborar con la dictadura. 

A partir del año 1959, después de los desembarcos de Constanza, Maimón y Estero Hondo, catedráticos  y  estudiantes universitarios inconformes con el régimen comenzaron  a manifestarse, proclamando que la Universidad debía ser el escenario natural del cambio que la sociedad dominicana necesitaba, y que eran ellos los más llamados a dar el vuelco  que los nuevos tiempos exigían. Folletos anti trujillistas y pintadas en los baños de los edificios de las Facultades aparecían como por arte de magia. La Universidad de Santo Domingo despertaba  de ese largo sueño en que había caído tras la llegada de Trujillo al poder. Sus claustros no tardaron en rebelarse.

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