La reconversión al obscurantismo

La reconversión al obscurantismo

En un reciente artículo, Federico Henríquez Gratereaux analiza con brevedad, pero con mucha profundidad, advierte a intelectuales haitianos (y a los dominicanos también), en el sentido de que lo que fue útil para la liberación de Haití de la esclavitud impuesta por los franceses, esto es, su negritud, su vudú y su creole pueden, precisamente, en estos tiempos, producir su aislamiento y consecuente atraso.

La orientación regresionista, de vuelta al primitivismo, no está del todo ausente en las ideas de algunos sectores ligados al mercadeo de productos folklóricos; dirigido, principal, pero no solamente, al turismo mundial, pero también patrocinado por una renovada ideología imperialista de la cultura europea. El mito de “el buen salvaje”, desarrollado por los europeos de siglos pasados, llevó a Rousseau a pensar que el “estado de naturaleza” producía un ser ingenuo, “naive”, esencialmente bueno, al cual el contacto la civilización pervertía. Esa visión idílica de los supuestos primitivos, dio origen a obras literarias y a teorías también cándidas acerca del desarrollo humano.

La idealización de una etnia, un pueblo o una cultura, lleva a menudo a no ver lo negativo e incompatible que suele coexistir con las buenas cosas que tienen pueblos, razas y culturas. Comenzando con lo de la identidad, es obvio que sin esta no es posible desarrollar el individuo, ni la sociedad humana. No es concebible una nación sin identidad. Pero de ahí a creer que el culto al pasado y a las tradiciones es imprescindible para el desarrollo de una identidad, hay mucha distancia. La identidad individual y nacional deben ser construidas racionalmente, estableciendo proyecto, valores, metas, estatutos y reglas de juego. Fue lo que hizo Dios con los judíos que librara de Egipto. Les hizo purga y lavado de cerebro psíquica y culturalmente; les proveyó hazañas y memoria histórica, mandamientos sobre sociabilidad, códigos de higiene y hasta qué hacer con los excrementos. Los comprometió con su Plan y los motivó con bendiciones y promesas. Los sacó de las costumbres de los pueblos vecinos, los aisló, primeramente, y luego, les ordenó llevar la nueva cultura y mensaje “a toda criatura sobre la faz de la tierra”, para que todos se amasen entre sí y todos seamos salvos. Eso es exactamente lo que tiene que procurar toda cultura, todo sistema educativo: que cada ciudadano sea bueno y útil para sí, para su familia y su país.

La cultura y las tradiciones deben tamizarse: Ponerse en los mercados étnicos lo que sea vendible, y en los museos y los libros de etnología lo demás. (Y algunas costumbres, echarlas a la basura, sin más.)

Entre las cosas de mayor valía de los dominicanos se encuentra nuestra “mulatidad”, nuestro hibridismo racial y cultural. También nuestro cristianismo los vínculos con Europa y el mundo. Esas cosas, y no un folklore traído por los cabellos por firmas licoreras, cerveceras y afines. Nadie manda sus hijos a la escuela para que sean “come-coco-y-yuca-del-trópico”. Queremos que sean dominicanos, primero y, luego, ciudadanos de un mundo que nos valore y respete.

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