El problema de Danilo Medina frente a la reelección es más ético que político, expresé en una entrega anterior.
Cuando, en la postrimería de su primer gobierno, Leonel Fernández hizo ciertos amagos reeleccionistas, escribí: “La reelección es corrupción”, y justifiqué esta afirmación con pruebas vigentes desde Balaguer. En el 2011 felicité a Fernández durante la inauguración del Museo de la Resistencia, porque desoyó a quienes, desde el poder, pretendían embarcarlo en la aventura de la reelección.
Lo felicité porque aunque había un impedimento constitucional en su contra, al igual que ahora contra Danilo, reconocí que desde el poder se pueden ejecutar muchas maniobras con tal de lograr determinados propósitos.
Aunque hay que reconocer un notable adecentamiento en la administración pública que incluye la creación de las veedurías, todavía nuestro desarrollo institucional no alcanza los niveles deseados. Nadie garantiza que una vez decidida la reelección, no se desborden las pasiones y las acciones de quienes, desde el poder, pueden hacer uso indebido de los recursos que administran para la causa reeleccionista.
Medina es un político sagaz que conoce muy bien la mentalidad del dominicano. Está consciente de los demonios que desataría a lo interno de su partido si se deja llevar por quienes abogan por la reelección.
Se expondría a fracasar en su intento, por todas las implicaciones legales y económicas que conllevaría la aventura reeleccionista, no obstante, su indiscutible popularidad y alta valoración como presidente.
Creo que la sensatez, que lo caracteriza, se impondrá y al final desestimará las propuestas internas y externas que pretenden inducirlo a dar un paso que puede llevarlo a su Waterloo político.
Danilo puede esperar tranquilo al 2020.