La reelección y sus pecados mortales

La reelección y sus pecados mortales

Como el presidente que se reelige, el tíguere en las calles exhibe tres pecados capitales: no respeta el semáforo, no cede el paso a nadie y no hace fila.
Son conductas antisociales, y que reflejan nuestro atraso como sociedad. No respetar el semáforo es lo peor, pues las calles se convierten en una selva en la que cada otro conductor es una amenaza, y esta es la causa de tantos accidentes. Algo parecido sucede cuando no se cede el paso por nada, sino que, por el contrario, se le cierra al otro conductor cualquier posibilidad de hacer un giro. Finalmente, hacer la fila es la primera regla de la democracia, e implica respetar el orden de llegada, y no hacer travesuras para ponerse delante. Son normas universales, y no obedecerlas produce malestar general, tanto a los violadores como a los respetuosos de la ley.
Estos pecados no solo caracterizan nuestro tigueraje, sino que reproducen lo que un presidente tiene que hacer para reelegirse. Lo más grave es el irrespeto a la constitución, la carta magna, y base del contrato social, pero que deviene en un simple “pedazo de papel”. Esa es la diferencia entre países desarrollados y países estancados, que ellos aprendieron a respetar su constitución, y nosotros seguimos en la era de ‘concho primo’, con presidentes que no la respetan, como los tígueres que se llevan el semáforo en rojo. Es por eso que, al mismo tiempo somos líderes en reformas constitucionales, también somos líderes en accidentes de tránsito, pues la raíz es la misma, y es que no hemos aprendido a vivir bajo el imperio de la ley, y ese es el origen de todos nuestros males.
Es también grave cuando no se cede el paso a los otros compañeros, y la política deviene en una guerra campal, pues no se tiene consideración a las normas ni a las personas, y lo único que cuenta es el objetivo de reelección. De esta manera los compañeros devienen en enemigos, y las represalias se asumen sin escrúpulos, aparte de que el presidente deja su organización sin figuras neutrales que puedan mediar en situaciones de crisis. De un lado, se usa la campaña sucia para atacar a los otros aspirantes, mientras, del otro lado, se gasta un millonada para construir el mito de que el presidente es insustituible, y que no hay nadie en la bolita del mundo que lo puede hacer tan bien.
Es grave también cuando el presidente no respeta las reglas de juego, y, por un lado, compra diputados y senadores para modificar la Constitución, y, por el otro lado, protege funcionarios corruptos, solo porque necesita su voto para otros propósitos. De esa manera, la reelección es hermana de la corrupción, pues si impulsamos una cosa no podemos combatir la otra.

¡Qué diferente sería tener un presidente que respete la Constitución, que sepa ceder el turno a otro, y que no se manche las manos con el dinero corruptor!

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