La reforestación de nuestras cordilleras

La reforestación de nuestras cordilleras

MANUEL SERRANO

El 21 y 22 de marzo han sido designados por las Organización de las Naciones Unidas como Día Mundial de los Bosques y Día mundial del agua, respectivamente. En esta ocasión, ambas fechas tienen, para el caso dominicano, la feliz coincidencia de que llegan en el año que ha sido declarado por el Presidente de la República, Lic. Danilo Medina, como el «Año del Desarrollo Agroforestal», en el marco de su planteamiento de que este sería el «cuatrienio del agua».
En correspondencia con el decreto antes mencionado, el señor Presidente ha estado visitando diferentes comunidades, de cuyas visitas ha resultado un ambicioso programa de reforestación y siembra de cultivos permanentes (café, cacao, aguacate, mango), el cual ha empezado a ejecutarse teniendo como escenario las partes altas de la vertiente sur de la cordillera Central, así como de la sierra de Neiba.

Las áreas escogidas por el Gobierno, con la participación de los ministerios de Medio Ambiente y Recursos Naturales y de Agricultura, para el desarrollo de estos proyectos han estado sometidas a un intenso proceso de degradación, debido a la necesidad de los agricultores residentes en las mismas de disponer de tierra para sus actividades agrícolas tradicionales, especialmente la siembra de habichuela y de guandul, con la consiguiente afectación de los recursos naturales de dichas áreas.

La tumba y quema de la vegetación natural como técnica básica para la preparación de las parcelas, ha devenido en altos niveles de pérdidas de los bosques y del suelo, yendo a parar, este último, a los embalses de las presas de Sabana Yegua y Sabaneta, obras de infraestructuras sin las cuales no sería posible la intensa actividad agrícola de los valles de Azua y San Juan.

Otro cultivo tradicional de estas zonas es el café, cuyos beneficios ecosistémicos son innegables, pero que fue altamente afectado por la enfermedad de la roya, provocando su eliminación, tanto por razones de saneamiento, como por su baja productividad. La eliminación de estas plantaciones tuvo como consecuencia dejar al descubierto extensas áreas, aumentando el fenómeno de arrastre de los suelos.

Los proyectos aprobados hasta el presente están ubicados en Sabaneta (prov. San Juan), Las Cañitas, Los Fríos y Los Montasitos (prov. de Azua ), Hondo Valle – Juan Santiago (prov. Elías Piña), así como los de las provincias Independencia y Baoruco. Los tres primeros tocan la vertiente sur de la Cordillera Central, mientras que los tres últimos comprenden las zonas más altas de la sierra de Neiba.

Los programas de reforestación han sido parte de la agenda de varios gobiernos dominicanos, siendo Quisqueya Verde el caso más emblemático. Sin embargo, el programa que ahora se ha iniciado está llamado a tener un gran impacto, por varias razones, tales como, a) la magnitud de la intervención, que hasta el momento abarca una 700 mil tareas y más de 7,500 familias; b) las zonas en donde se desarrollarán sus diferentes proyectos, que en todos los casos se sitúan en alturas comprendidas entre los 700 y 1,800 metros sobre el nivel del mar; y c) la complejidad del mismo, ya que cada proyecto tiene varios componentes: reforestación para la protección de la cuenca y para aprovechamiento maderable, cultivo de café y frutales, producción de miel, apoyo económico a las familias, mejoramiento de la infraestructura vial.

No obstante lo desafiante de este programa y la alta inversión que conlleva, sus resultados están llamados a tener un impacto muy positivo sobre importantes ecosistemas de nuestro territorio, sobre todo en lo relacionado con la preservación de la red hidrográfica de las regiones, cuyos ríos se deslizan por esas montañas, especialmente el Yaque del Sur, Las Cuevas, San Juan, Mijo, Macasías y Panzo.

En lo social, la incorporación de las poblaciones que viven en las comunidades intervenidas a las diferentes actividades del programa y a diferentes niveles, representa un paso de avance en la manera de abordar el problema de la degradación de las cuencas. Por décadas, las autoridades han visto cómo el fuego ha estado diezmando la vegetación de esas montañas para dar paso a una agricultura precaria, incapaz de servir para sacar de la pobreza a esos agricultores y sus familias. La razón es sencilla: no se puede crear riqueza destruyendo riqueza. Y lo que por la necesidad de sobrevivencia han estado haciendo miles de agricultores en nuestras principales cordilleras es destruyendo nuestra riqueza natural, buscando unas cosechas que cada año se les han puesto más lejanas debido al empobrecimiento de los suelos. Por ello, el modelo que se les está proponiendo resulta tan esperanzador, pues supone el abandono de prácticas agrícolas y cultivos inapropiados por otros más armoniosos con el entorno y más rentables desde una perspectiva económica.

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