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La Universidad de Córdoba, antes del año 1918, no era más que un reducto de tradición reaccionaria formadora de engolados licenciados y doctores en la que no tenía cabida la práctica científica y en la que los autores modernos eran calificados de heréticos. Constituida en centro de formación de la aristocracia criolla, la Universidad de Córdoba no preconizaba mayores cambios en la estructura social. Sus principales objetivos eran los mismos de la casi totalidad de las universidades latinoamericanas de esos tiempos: el de transmitir conocimientos ajenos a la realidad nacional y el de responder a los intereses de las clases dominantes.
Refiriéndose a las altas casas de estudios de esa época, el escritor mexicano José Ingenieros las calificaba de “atrasadas por su ideología e inadaptadas para sus funciones”.
En su libro “La Educación Superior en el Umbral del Siglo XXI”, el escritor nicaragüense Carlos Tünnermann, refiriéndose al mismo tema escribía: “Hasta entonces, Universidad y sociedad marcharon sin contradecirse, desde luego, durante los largos siglos coloniales y en la primera centuria de la República, la Universidad no hizo más que responder a los intereses de las clases dominantes de la sociedad, dueña del poder político y económico y, por lo mismo, de la Universidad”. Fue precisamente allí, donde menos se esperaba, en una apartada provincia de Argentina donde se inició un proceso de reforma universitaria que se extendió por toda la América española. Y que fue la repercusión en la región de grandes acontecimientos internacionales como la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917.
Del célebre Manifiesto de Córdoba citamos el párrafo siguiente: “Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y, lo que es peor aún, el lugar en donde todas las formas de insensibilizar, hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático”.
La Reforma Universitaria de Córdoba abrió las puertas de la Universidad a más amplios sectores sociales, iniciando un proceso de democratización acorde con el que ya se operaba a nivel nacional. Sus principales postulados fueron: a) la autonomía universitaria; b) el cogobierno universitario; c) la libertad de cátedra; y d) la extensión cultural.
Pero, los vientos de la Reforma Universitaria de Córdoba llegaron aquí en momento del ascenso al poder del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina. Esto fue la causa de que en la Universidad de Santo Domingo continuara vigente el llamado modelo napoleónico de universidad, al ser éste el más acorde con los intereses de una dictadura como o parecida a la Trujillo. Al final de la mentada era, nuestro subsistema de educación superior operaba con más de cincuenta años de atraso.
El Movimiento Renovador Universitario de 1966 surgió como una afirmación del pueblo dominicano frente al sometimiento, dependencia y entrega de las clases dominantes. Los intelectuales combatientes de la Guerra de Abril de 1965 fueron los principales protagonistas de ese glorioso Movimiento en su lucha por lograr la apertura de la Universidad Primada de América, enquistada entonces en esquemas obsoletos.
Ante los ojos de las gentes de clase media hacía abajo, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, aparecía desde mediados de los años sesenta en adelante, como un instrumento capaz de permitirles a esos ciudadanos su ascenso político y social. De ahí que el Movimiento Renovador propugnara, al igual que el de Córdoba, por derribar los muros anacrónicos que hacían de la Universidad Primada un coto cerrado al servicio de las clases dominantes y de grupos privilegiados.