La reforma de la carta de la ONU (1 de 2)

La reforma de la carta de la ONU (1 de 2)

HOMERO LUIS HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Al margen de las decisiones de nuestro Gobierno en relación con el tema, y que, como representante del mismo acataría fielmente, vale la pena hacer algunas reflexiones de tipo puramente personal, basadas en mi experiencia de casi cuatro décadas de labores en organismos internacionales o representante ante ellos. El tema relativo a la reforma de las Naciones Unidas, a pesar de haber provocado inquietudes desde los años 60, a raíz de la publicación del llamado “Informe Pearson”, se convierte de nuevo en estos días en tema central de la Organización.

Las recomendaciones anunciadas el día 20 de marzo por su Secretario General como resultado de las deliberaciones del Grupo de alto nivel presidido por el señor Anand Panyarachum, ex Primer Ministro de Tailandia, incrementa su importancia y debate.

En el seno de dicho Grupo se discutió un conjunto de medidas destinadas a plasmar las reformas necesarias a la Carta, que ya cumplió 60 años de vigencia. Tiempo necesario para considerar enmiendas sustantivas a la misma, de acuerdo con la nueva realidad internacional tan diferente de los años 40.

Uno de los aspectos, sin duda, más conflictivos relativo a las Naciones Unidas es su proceso de reestructuración y su adaptación a nuestros días. Tema al cual solo me referiré en este artículo debido a su importancia primordial.

Si aceptamos que las Naciones Unidas reflejan las relaciones internacionales en cada etapa de su desarrollo, debemos aceptar la necesidad de un proceso de reformas de la misma para ajustarla a las circunstancias actuales. Adaptarla al “nuevo orden”.

El problema fundamental radica en tener una definición clara del tan mencionado “nueva orden”.

En las Naciones Unidas se refleja el hecho de que cada país o grupo de países pugnan “reformar” la Organización de manera que la innovación favorezca sus propios intereses.

El actual proceso de reestructuración de las Naciones Unidas se desarrolla contra ese telón de fondo y resultaría muy difícil suponer que el mismo no se viera viciado desde su inicio por falta de un consenso sobre “el nuevo orden mundial” al cual debe la Organización responder.

Para hacer una evaluación objetiva y transparente de las Naciones Unidas, así como una reforma, debemos también remontarnos a los días de su creación. Debemos empezar recordando que sus principales fundadores fueron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto, sería ilusorio pretender obviar que, tal vez, en la euforia de su triunfo hayan olvidado tomar en consideración principios básicos para el mejor equilibrio y participación equitativa internacional. Prueba de ello es la existencia todavía de los párrafos 1 y 2 del Artículo 53 de la Carta, por medio de los cuales se declaran “Estados enemigos” a todos los Estados que durante la Segunda Guerra Mundial fueron enemigos de cualquiera de los signatarios de la Carta. Léase Alemania, Japón e Italia, por demás mayores contribuyentes de la Organización.

Seria pretencioso pensar que los cinco Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad con derecho al veto, por ejemplo, acepten un cambio en contra de esa hegemonía. Al contrario, presionan por traer nuevos países “poderosos” del mundo desarrollado y “países grandes” en vías de desarrollo, sin derecho al veto, haciendo cambios cosméticos solamente, que no son verdaderas reformas.

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