La reforma policial comienza en Palacio y Congreso

La reforma policial comienza en Palacio y Congreso

Cada vez que tengo oportunidad de hablar con un policía, raso u oficial, trato de indagar sobre sus puntos de vista y sus actitudes respecto a los problemas de “el policía” y de “la policía”. Tanto los agentes que hacen servicios  públicos o privados, como los que trabajan o se las buscan en las calles, están siempre muy dispuestos, no solo a dar cuenta de sus miserables y degradantes condiciones de trabajo, sino que de las injusticias que se cometen en la institución, de las rivalidades entre generales y jefecitos menores, y sobre las recaudaciones que mensualmente realiza el jefe de turno de la entidad. Sumas asombrosas, que necesariamente provienen de colectas en  negocios ilícitos, de la asignación de agentes para la seguridad de negocios particulares, y quién sabe de qué otras fuentes. Esto lo expresan oficiales y ex oficiales de alto nivel, quienes aseguran, y es perfectamente creíble, que estas exacciones cuentan con la aprobación del Presidente de la República.

Uno de los temas recurrentes de los policías es el de su necesidad de hacer actividades económicas por propia cuenta, y la de pedir ayuda, vergonzantemente, a cualquier ciudadano; en actitud de extorción, si son individuos humildes, y con cortesía y elegancia, cuando se trata de un “jefes”, “comandos”, o cualesquiera otros de esos apodos lisonjeros que los policías utilizan para ablandar la caridad de personas pudientes. La situación económica, moral e institucional de los policías no podría ser más degradante, y se  ha llegado a extremos que muchos oficiales y agentes se convierten en renegados de la justicia, con frecuencia, en asociación de malhechores.

De continuar las estructura social y la cultura ciudadana imperantes, los niveles de delincuencia que esta sociedad produce superarán la capacidad de vigilancia y de control de cualquier tipo de organización policial, y aún la de un contingente policial de ocupación territorial, barrial o metropolitana. Estemos claros de que tanto dentro como fuera de la policía, esta sociedad es una fábrica de delincuentes, y en ello se inscriben las autoridades, desde el presidente, senadores y diputados, pasando por burócratas y negociantes, hasta casi cualquier otro sector social. Y, lo que es peor, tanto los policías como los delincuentes lo saben, y están en abierta resistencia  a atajar para que otros enlacen. Si alguien está seriamente interesado en detener la delincuencia y en organizar la policía, “niéguese a sí mismo”, y empiece por usted y su propia casa, por el Palacio y el Congreso, y lo demás será añadidura. La sociedad consumista y el capitalismo globalizados son de culpar, pero la envidia, la avaricia, la gula y la corrupción son anteriores al capitalismo y a Leonel Fernández, sin regatearles sus cuotas.  Pero es muy duro, aún para los pobres más honrados, quedarse quietos ante la miseria que los desgarra, mientras sectores del oficialismo y mafias de negocios asociadas, en presencia de todos, a pleno día, se burlan sardónicamente, y se apropian impunes de los recursos de todos.

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