La región cosecha su fracaso en construir una democracia más fuerte

La región cosecha su fracaso en construir una democracia más fuerte

Cuatro años después del fin de su última intervención fallida, los “marines” estadounidenses regresan a Puerto Príncipe, la triste y desecha capital de Haití.

Jean-Bertrand Arisitide, el presidente electo democráticamente, un ex sacerdote derrocado antes por un golpe militar, está de nuevo en el exilio, acusando acerbamente a Washington de haberlo obligado a dejar el cargo. En las calles, las tropas de Francia, que ayudó a orquestar la partida del señor Aristide, empezaron patrullas limitadas con sus homólogos norteamericanos, mientras preparan el terreno para la llegada eventual de una fuerza de la Organización de Naciones Unidas

La crisis de Haití no ha sido el punto de inquietud en la región en los últimos días. Del otro lado del Caribe, en Venezuela, los diplomáticos internacionales están desesperados por su incapacidad de negociar un arreglo de otra crisis política prolongada. Después de haber sobrevivido a un golpe de estado y una huelga general, el presidente Hugo Chávez, un ex oficial militar izquierdista que intentó él mismo un infructuoso golpe antes de arrasar victoriosamente en las elecciones presidenciales hace seis años, parece haber evitado también con éxito una campaña de la oposición a favor de un referendo revocatorio que pudiera haber determinado su salida del gobierno dos años antes del fin de su mandato. La impaciencia ante la aparente manipulación del señor Chávez para evitar el referendo hizo resurgir la violencia desde el pasado fin de semana.

Es cierto que tanto Haití como Venezuela son casos excepcionales. Haití es el país más pobre de las Américas y ha resultado ser uno de los de menor suerte en desarrollar gobiernos estables: 29 de sus 42 jefes de Estado han sido asesinados o derrocados. Venezuela, una de las democracias más estables de la región hasta los años 90, está sufriendo en parte porque su riqueza petrolera le ha dado al señor Chávez los medios para ignorar las presiones externas y embarcarse en un curso político radical que ha alienado a la comunidad empresarial y a las clases medias..

No obstante, ambas crisis tienen un preocupante sonido familiar. Aún antes de la partida del señor Aristide el domingo, durante los últimos cuatro años el descontento popular había obligado a cuatro líderes latinoamericanos a salir del cargo antes de terminar sus periodos constitucionales.

Los acontecimientos en Haití y Venezuela también están poniendo en evidencia los fracasos de la región para dar respuesta al desafío de asegurar la democracia y buenos gobiernos. La Organización de Estados Americanos, la institución multilateral cuya “carta democrática” promete a los estados miembros mantener la democracia electoral y gobiernos constitucionales, fracasó en su agotador esfuerzo de tres años lograr que el señor Aristide y la oposición haitiana zanjaran sus diferencias. El lunes, César Gaviria, el secretario general de la organización, parecía estar haciendo un intento desesperado por dirigir las energía políticas del señor Chávez y sus opositores por canales institucionales.

“Cuando la gente se lanza a las calles y está irritada es muy difícil mediar”, dice el señor Gaviria. “Uno puede ayudar, pero no puede imponer”.

Parece haber pocas dudas de que las divisiones mal disimuladas en las filas de los 35 estados miembros de la organización hayan complicado la tarea del señor Gaviria. Las tensiones entre Estados Unidos y sus críticos en América del Sur reflejan una desilusión creciente, que gran parte de la región siente hacia EEUU, y que ha sido el promotor más poderoso de la visión de la década pasada de reformas democráticas para el libre mercado.

Todo se veía muy diferente en 1994, cuando el presidente Bill Clinton envió 20,000 soldados para “restablecer la democracia” en Haití. Ese mismo año, en una reunión cumbre en Miami, los líderes regionales se comprometieron para instaurar una zona de libre comercio en toda la región en 2005. El señor Clinton disfrutó de buenas relaciones con la mayoría de los gobiernos de América Latina, los que prácticamente en su totalidad estaban tras las reformas orientadas al mercado.

Las relaciones entre EEUU y los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso en Brasil y Carlos Menem en Argentina eran particularmente cercanas, y se patrocinó la cooperación regional como parte importante para la consolidación de democracias favorables al mercado en América Latina. La OEA desempeñó una parte importante en la solución de las disputas territoriales en los Andes y América Central, y en 2000, ayudó a derrocar a Alberto Fujimori, el ex presidente corrupto de Perú, qué había intentado “arreglar” las elecciones.

Sin embargo, ese sentido de cercanía empezó a desvanecerse a finales de los años 90. La región fue golpeada por crisis financieras reiteradas, que culminaron con la desastrosa cesación de pagos y devaluación en Argentina a finales de 2001. El descontento social y económico en toda la región ha situado a los gobiernos bajo presiones crecientes.

La desencanto y una nostalgia popular por el pasado han estimulado a líderes como Néstor Kirchner en Argentina a mezclar una posición fiscal y monetaria conservadora con políticas más nacionalistas y destellos ocasionales de retórica populista. El señor Kierchner está asumiendo una línea dura con los tenedores de bonos en las negociaciones por más de US$100 millardos en pago de deuda incumplido y con los bancos extranjeros y compañías de servicios públicos a las que muchos argentinos culpan por la crisis de su país. En los Andes, los movimientos indígenas han sido el apoyo ganador. Al parecer, han resurgido viejas disputas territoriales, como las exigencias de Bolivia de su salida al mar que perdió en la guerra del Pacífico con Chile hace 125 años.

El anti-norteamericanismo tradicional, que menguó durante la prosperidad de principios de los años 90, también está en aumento. Los latinoamericanos reaccionaron negativamente a la percibida indiferencia de Washington ante la crisis de Argentina y hubo una amplia oposición en la región a la política de EEUU en el Oriente Cercano y la invasión a Irak. Un sondeo no publicado de Latinobarómetro, el grupo de encuestas con sede en Santiago, revela que el número de personas con actitudes negativas hacia EEUU aumentó entre 1996 y 2003. Marta lagos, quien organizó el sondeo, dice que la imagen de EEUU en la región es “terrible. Y hay un elemento real. No se trata solo de la gente común, sino cada vez más de las elites”, comenta..

Esta tirantez y tensiones han incrementado las divisiones en la región, y lastrado los esfuerzos multilaterales. Para calzar sus nuevas prioridades de seguridad, cada vez más EEUU ha ido incorporando una política más pragmática en la región, favoreciendo las relaciones con países que comparten su punto de vista. Colombia, que es ya receptor de cientos de millones de dólares de ayuda para combatir el narcotráfico cada año, se ha convertido en un aliado decisivo, al igual que las cinco repúblicas de América Central y la República Dominicana. Estos siete países respaldaron a EEUU en la votación del año pasado en la ONU sobre Irak.

Brasil, Argentina y los dos miembros del consejo de seguridad entonces, México y Chile, no apoyaron su política. Además, EEUU se ha estado enfrentando de manera creciente con Brasil y Argentina, así como Venezuela sobre temas de comercio. Tanto el prsidente Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil como el señor Kirchner están dando prioridad al comercio con países como China, India y África del Sur y restando importancia a las perspectivas de un pacto comercial hemisférico.

Todo lo anterior ha complicado la respuesta multilateral y diplomática a las crisis en Venezuela y Haití. Si bien Brasil ha desempeñado un papel activo en los esfuerzos por mediar en Venezuela -con EEUU ha estado formando parte del “grupo de amigos”, los seis países que apoyaron los esfuerzos de la OEA-, ha sido reacia a criticar al señor Chávez.

Entretanto, a la la administración Bush le ha resultado difícil defender a los señores Chávez o Aristide, y en ocasiones ha dado la impresión de que es tibio en su apoyo a los esfuerzos unilaterales en ambos países. En verdad, el criterio extendido de que Washington acogió un intento de golpe contra el señor Chávez en 2002 han reducido la potencialidad de la administración en esfuerzos posteriores para ayudar a negociar reformas democráticas.

En el caso de Haití, la posición de EEUU se polarizó políticamente, con muchos demócratas, en especial los miembros negros del partido en el Congreso, que apoyaron al señor Aristide y republicanos visceralmente opuestos tanto a él como a la intervención del señor Clinton. “Chávez y Aristide no son gente que le guste a EEUU. Hubo antipatía por ambos, lo que significa que no somos los primeros entre iguales, sino que desempeñamos el papel del elemento negativo”, dice Julia Sweig, del Consejo de Relaciones Exteriores en Washington.

La reticencia de EEUU de desempeñar un papel más diplomático en Haití, en efecto, dejó la política en manos de la OEA, y más recientemente, de la Comunidad del Caribe (CARICOM) , un grupo de 15 países que incluye a Haití. Pero, sin un respaldo más firme de los países más poderosos de la región, en los últimos meses los esfuerzos de ambas organizaciones se han hecho cada vez más insignificantes. Como expresó un funcionario de la OEA: “El elefante norteamericano se está escondiendo detrás del ratón OEA, quien a su vez se está ocultando detrás de la hormiga CARICOM”.

Los líderes del CARICOM presionaron al señor Aristide para que llegara a una cuerdo con los partidos de la oposición, aún cuando su mal equipada y peor entrenada policía perdía el control del país ante los paramilitares armados. Esos esfuerzos, dice un crítico británico, equivalían a “un ejercicio diplomático aislado. Esto fue [en realidad] un mundo imaginario”. Al final, quedó en manos de Francia -la potencia colonial de antaño- tomar la iniciativa e inyectar cierto grado de realidad a la diplomacia.

Mientras Francia y Canadá defendían la salida del señor Aristide, EEUU se sintió capaz de hacer lo mismo, preparando el camino para los últimos sucesos del fin de semana.

El problema inmediato es ahora si el esfuerzo conjunto en marcha puede restaurar al finb la fe en la vapuleada democracia haitiana. La única certeza, según Michael Shifter, director del programa del Diálogo Interamericano en Washington es que “una reacción demorada no es una receta de buena política: se deja que el problema se encone y cuando revienta, entonces reacciona”. Financial Times.

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