La reina del chubasco

<p>La reina del chubasco</p>

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Cuando Ladislao entró en la cafetería recibió un ceremonioso saludo de Azuceno. – Señor Ubrique ¿cómo se siente usted? Veo que ya ha regresado a la oficina. ¿Qué le sirvo, doctor? tenemos jugo de granadillo, de naranja, limón y toronja; le recomiendo el de granadillo; es un jugo que suaviza el estómago y ayuda a orinar. Ladislao se sentó en una mesa lateral, próxima a la barra de la cafetería. Observó que Azuceno llevaba una camisa azul con rayas negras. – ¿Es nueva esa camisa, Azuceno? – Claro; la estoy estrenando, igual que los zapatos; bueno, en realidad los zapatos los compré hace meses y ahora les he sacado brillo. También he ido al beauty a recortarme el pelo y a pulirme las uñas. Estoy preparándome para lo del viernes, como usted debe saber.

– ¿Qué es lo del viernes? No estoy enterado de nada. –

Usted no estuvo la semana pasada en la reunión de empleados de la Unidad. Han acordado celebrar una fiesta el viernes. Es el día en que ellos cobran los salarios. En ese momento usted estaba enfermo; creí que el señor Medialibra se lo había informado. Tengo un cinturón de cordobán, unos zapatos cómodos y esta camisa coloreada entre azul y buenas noches. Creo que después del espectáculo habrá dos bailes privados. Se necesitan zapatos cómodos, una camisa a la que no se le vea el sudor y apretarse bien la cintura. – No entiendo bien. ¿dónde será el baile? ¿En qué consistirá el espectáculo? ¿Quiénes participaran en la fiesta?

– Harán la fiesta en el negocio de la hermana de Anacleto el bicicletero. El mismo que dijo estar dispuesto a arreglarle el minutero a un reloj húngaro en el taller de bicicletas. María, así se llama ella, regentea un lugar donde venden bebidas, cigarros, gaseosas. El sitio tiene una pista bien iluminada, con luces perseguidoras. Ahí presentan una bailarina, Teté Chubasco, que se moja el pelo y moja a los parroquianos al sacudirse. Sale al patio cuando llueve, entra de nuevo al salón, moviendo la cintura y las nalgas; y va mojando a todo el mundo entre las mesas. Después que Teté termina su número bajo luces de colores, la pista queda a disposición de los clientes. Antes había un letrero afuera que decía Nuestra Señora del Chubasco. Un duro del partido quería molestar a los curas y darle gusto a los babalaos. La gente se reía al principio pero después empezó a creer que no era bueno faltar el respeto a la Virgen del Cobre. Finalmente, cambiaron el letrero; pusieron: La Reina del Chubasco.

– ¿Quiere decir que si una noche no llueve ese día nadie se moja en las mesas con los movimientos de la rumbera? – Nada de eso; en el patio hay una regadera para los días en que no caen chubascos en La Habana. Entonces Teté se moja ella misma y regresa sacudiéndose, con sonajas en los tobillos y en las muñecas. Esa es la gracia del lugar: la negra echa a todos el agua bendita de su alegría. Comentan por ahí que los babalaos aprueban y bendicen el chubasco de Teté. Con solo mover el pelo o revolear las tetas el asunto queda resuelto. La gente goza, aplaude, bebe, disfruta en grande con esa reina nocturna. Porque ella actúa únicamente de noche; es negra y nocturna. Tocan ahí siete músicos buenos que se ayudan con un teclado eléctrico de los viejos. Ojalá se sienta bien usted y pueda ir a ver ese espectáculo tan lindo. Tal vez Lidia quiera acompañarlo. ¡Esa sí sabe como es la cosa!.

Ladislao levantó el vaso de jugo de granadillo, puso los labios en el borde con grandes precauciones y sorbió un poco del líquido; notó que la fruta diluida tenía densidades variables y pequeños puntos negros distribuidos de manera irregular. ¿Serán semillas partidas por la batidora? Bebió el primer trago, después otro más grande. Era una fruta ligeramente perfumada y algo viscosa, con un grato sabor. Sintió, efectivamente, el estómago reconfortado. – ¡Gracias, Azuceno, está muy bueno el granadillo! dijo Ladislao subiendo la voz para que pudieran oírlo al otro lado del mostrador. Azuceno acudió rápidamente a la mesa del húngaro. – Me alegra mucho que le haya gustado esta fruta tan saludable. Los extranjeros, desde luego, no la conocen como los cubanos; pero después que la prueban se quedan con ella. Así les ocurre con las mujeres. Tanto se enamoran los gringos, que vuelven a Cuba, sea a buscarlas para llevárselas o a quedarse con ellas aquí. Se les pega el cuerpo y la risa de las cubanas. – En todas partes ocurre la misma cosa, en Rusia, en Hungría, en Alemania. Los hombres se enamoran de las mujeres, perdidamente, desde que el mundo es mundo. – Usted sabe más que yo, doctor; y tendrá razón en lo que dice; sin embargo, las mujeres cubanas, de cualquier color que sean, tienen encanto y magia; algo especial e inexplicable. Una vez se han olido, ya no se olvidan nunca.

– Azuceno, ¿has visto alguna vez la película El doctor Zhivago? ¿Esa no es una película contra la revolución soviética? – La película está hecha siguiendo un libro escrito por el poeta ruso Boris Pasternak. A ese hombre, en la época de Stalin, le impidieron recibir el Premio Nóbel de literatura. Pero estas cosas políticas tienen poca importancia ahora. Pasternak se enamoró de una mujer alemana. – se ha dicho que se trataba de una judía bellísima de Marburgo – a la cual dedicó un poema. Él pobre poeta moscovita confesaba: “Me estremecía. Me encendía y me apagaba”. La recordaba a toda hora. El cuenta: “Aquel día te llevé toda conmigo, de tus peinetas a tus pies; /te sabía de memoria, y te repasaba/ vagando por la ciudad, como un trágico de provincia / repasa un drama de Shakespeare”/. Lo que les ocurre a los norteamericanos con las mujeres cubanas, les ha ocurrido antes a muchos rusos con mujeres alemanas que, al parecer, eran muy atractivas. Lo único distinto es que las mujeres cubanas ya no usan peinetas.

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