La resistencia de los dominicanos a pagar la energía eléctrica debe ser enfrentada en muchos casos con la aplicación de la ley contra fraudes y conexiones ilegales. Pero tiene que ser también tema de reflexión y de búsqueda de soluciones que partan de realidades. Muchas familias tendrían hasta que dejar de comer si se acogen a facturaciones altas, por encima del ingreso promedio en las capas sociales bajas. Los salarios mínimos predominantes en este país están por debajo del costo total de la canasta familiar más modesta.
La cultura que lleva a actuar como si la energía eléctrica fuera gratuita, como el aire, tiene raíces. Además, la pobreza de muchos dominicanos no puede ser ignorada al buscar las causas del bajo ingreso de las distribuidoras y mucho se duda de que el subsidio focalizado que se implementaría pueda ser la solución. En la negación del consumidor a ceñirse a pagar aparece la realidad de que el suministro ha sido desastroso a lo largo de su historia. Se explica que ese consumidor no esté animado a serle fiel al sistema a cambio de seguir recibiendo sus agudas fallas. Convertir la electricidad en algo que en el imaginario aparezca inequívocamente como digno de ser pagado es un objetivo que demanda creatividad para mejorar la imagen del servicio y llevarlo a unas tarifas que no incluyan el costo de sus ineficiencias y los robos.
Un reglamento para los colegios
Las alzas de los precios de artículos y servicios esenciales no deben ser consecuencia de imposiciones de fabricantes, prestadores o intermediarios. A la opinión pública debe constarle la presencia en el mercado de factores ineludibles de encarecimiento en los costos de los productos que adquieren los ciudadanos. La ley de Protección al Consumidor contiene principios básicos en este sentido y el organismo creado para defender los derechos del público haciendo frente a la especulación debe mantenerse firme en el propósito.
Procede en lo inmediato -como felizmente ha anunciado la directora Altagracia Paulino- dotar al país de un reglamento que impida a los colegios privados excederse en revisiones tarifarías, esas que año por año resultan de miedo y espanto. Respetándoles sus categorías, según sus niveles de inversión y tipos de instalaciones, de todas maneras a los colegios hay que ponerles condiciones para subir cobros por sus servicios.