La religiosidad y la burocratización de la espiritualidad

La religiosidad y la burocratización de la espiritualidad

Rafael Acevedo

Max Weber explicó con luminosa claridad lo que ocurre cuando la revelación y el carisma pasan del líder carismático a la organización burocrática que lo administrará y, presumiblemente, los mantendrá vigentes. Hecho esencialmente dialéctico, porque nada más opuestos que el carisma y la burocracia. El primero es vida vibrante, la burocracia es norma abstracta y autoridad distanciada que se calcifica.
El burocratismo religioso suele ser una de las peores formas de ateísmo, especialmente porque se esconde en el seno de la organización supuestamente sagrada y cercana a Dios.
Ello explicaría, al menos en parte, cómo tanto pecado, homosexualismo y abuso de autoridad han existido en determinadas organizaciones religiosas. Y acaso también, por qué mentiras e hipocresías a la vista de todos se pasean olímpicamente por los pasillos de algunas organizaciones religiosas. Y también, por qué sus jerarquías no se atreven a enfrentar mentiras y supersticiones populares, cuales partidos políticos, para no perder popularidad, o por no enfrentarse a ciertas verdades conflictivas.
La Iglesia Católica, según versiones, impuso el celibato por los problemas legales de sucesión y las dificultades que tenía Roma en cuanto a manejar el asunto de las herencias de los descendientes de los sacerdotes versus la propiedad eclesial. Versión que se ajusta a la teoría weberiana de la burocracia más que a una autentica tradición bíblica. También las iglesias protestantes han tenido serios problemas de burocratismo. En las llamadas “iglesias carismáticas”, cada manifestación del espíritu, auténtica o no, que no encaja en la tradición oficial, tiende a forzar a transformaciones y, como sabemos, el burocratismo rechaza lo nuevo.
Es, pues, natural que cunda el pánico en la jerarquía cuando la “libertad espiritual” da lugar a que en cualquier rincón del templo se levante alguien y diga que “Dios le habló”. Que no es necesariamente mentira, pero diferenciar manifestaciones auténticas de conductas psíquicas perturbadas, es materia de una psiquiatría que aún no existe; y la actual esquiva estos temas por la vía expedita y conveniente: negándolos; pues dentro de las organizaciones psiquiátricas, las burocracias operan en base a las mismas normas declaradas por Weber. Dichas organizaciones, como las de otros hombres de ciencia, suelen parecerse a otros grupos de interés, económicos o políticos.
Es penosos observar cómo esas burocracias “se comen” el espíritu liberal y desprejuiciado que las originó. Y dan ganas de llorar cuando hombres excepcionales que conocimos de cerca, teniendo oportunidades de hacer el bien a su país y la humanidad, se transformaron en acumuladores de fama y riqueza, se desesperaron y cayeron en la homosexualidad, el afán de poder y otras aberraciones; como si un demonio burocrático se tragase sus almas desnutridas de afecto y de espiritualidad. Sin ser menos cierto que, muy a menudo, la obra, el tesón de muchos de ellos ha construido lo de bueno que viene quedando en este mundo. República Dominicana, como muchos países, debe su ordenamiento jurídico y virtudes cívicas y espirituales a esos religiosos que se sobrepusieron a las burocracias y a sus propias debilidades y concupiscencias.

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