La República del Café

<p>La República del Café</p>

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Ahora que se habla de modificar la Constitución, permítanme señores constitucionalistas, sugerir la idea de inventar una República (un principado), basada en la paz del pasado y sus dulces costumbres, y con la misma imaginación que usamos para disfrutar las delicias de Walt Disney, Harry Potter y Don Quijote.

Es obvio que para fundarla se necesita tierra, gente y mitos, ideales, patriotas, héroes que como se sabe o aparecen o se inventan.

Pero, ¿para qué buscar más si por aquí tenemos, hija de un poeta, una tierra “ubicada en el mismo trayecto del sol y oriunda de la noche”? Y claro, ese poeta sería merecidamente nuestro primer héroe (aceptado). Además a mí, por obvias razones sentimentales esa tierra me seduce.

El local escogido naturalmente tenemos que aceptarlo tal y como está, con su gente, no importa que sus ríos anden desangrados y las montañas y pinares luzcan las cicatrices del corte criminal. Gracias a Dios que pese a todo nadie ha podido robarse el sol, el clima, las frescas nieblas y las olas del mar. Claro, hay que apresurarse antes de que algún hotelero español se nos adelante para recolonizarnos. Pero para fundar lo que queremos precisamos de población.

Se podrían importar suizos y hasta españoles por razones de idioma, pero sabido es que las segundas nunca fueron buenas, además no conviene repetir lo de la “España Boba”, y como los yankees ocupados en sus disparates no vendrán otra vez pues ya tienen islas demás por Hawai, Puerto Rico y Guantánamo; así pues habrá que quedarnos con los habitantes actuales, aunque anden desesperanzados.

Así tendríamos una población domesticada ya vacunada de todas las plagas, dengues, y abusos tropicales, lo que resultará económico, conveniente y político. Y como toda República precisa de símbolos, mitos y arquetipos para crear una identidad, como Rusia con sus cosacos; Roma con sus césares; Francia con su Napoleón, Norteamérica con su Tío Sam y Jessy James; Argentina con sus gauchos; China con sus mandarines; Grecia con su Zeus y España con sus toreros y Don Quijote.

En cuanto a nosotros, qué les parece desempolvar a Compadre Mon, aunque tener a Mon tiene sus peligros, por la tremenda fuerza de sus pantalones que alebrecan las hembras a su paso y que cuando llega a los pueblos alborotan el sexo, las faldas, y las camas rompen a parir besos.

¿Y no sería mejor idea para evitar la pantalonitis de Mon, elegir a Compadre Pedro Juan a título de mito e himno? Pues Juan es un tipo alegre, bonachón, simpático, despreocupado, y aunque hay que empujarlo un poco para que “saque su dama y baile el pambiche”, ¿quién podrá detenerlo cuando se incendia la güira y las cinturas y el coro le grita “baile Compadre Juan”, “baile Compadre Juan”? Así la felicidad y embriaguez del pueblo estaría garantizada eternamente mientras algunos griten “baile” “baile Compadre Juan…”.

La nueva República no permitiría la existencia de grandes urbes pobladas de motores y bocinazos, repletas de pecados, lujos vergonzosos, músicas que son sólo ruidos en inglés. Habrá parques rodeados de ayuntamientos, iglesias, el club y la tienda de Don Floripondio, falso benefactor de melena, chaleco y bombín, con el alma tísica de oro. Ninguna casa podrá construirse donde no se oiga la campana de la iglesia, que es la voz de Dios y la frontera del diablo. Los domingo habrá misa, sermón del padre Angel y retreta; y los limpiabotas con paño, cepillo y buen betún, y, perfumadas con hilán hilán circularán -bajo la vigilancia del campanario- la flor de aquellas señoritas de buenas costumbres. La única política tolerada será la eterna reelección del presidente del club Don Floripondio, el del chaleco, bombín y reloj de oro.

Y para que las costumbres rancias hermanen a todos en la nueva República, ahí flotarán como leyes naturales el olor del café recién colado sin greca y la fragancia apetitosa del pan recién parido, que se deslizan por los callejones y zaguanes, y doblan las esquinas esparciendo su fragancia de café con leche en jarritos y tacitas sin asa; y también, para inaugurar cada madrugada, estará el Padre Angel, el de la sotana raída y sus tenis sin cordones, musitando un silencioso padre nuestro de verdad, porque esta República de verdad existe y funciona, pero quiero guardar su localización para evitar que los políticos la echen a perder.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas