MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Al paso en que marchan las cosas en nuestro infortunado país, será necesario identificar una motivada legión de Diógenes provistos de potentes linternas para buscar e identificar a los ocultos dominicanos honestos, (que los hay). Si fracasamos en ese loable aunque utópico intento, deberíamos pensar seriamente en cambiar el nombre de la república. Creo que República Catilina sería el más adecuado para designar una sociedad política en la cual se ha entronizado el delito, la corrupción y su impunidad en todas sus más deletéreas formas, categorías y manifestaciones.
Catilina fue un ambicioso patricio romano que se propuso proclamarse emperador apelando a toda forma imaginable del crimen, el engaño, la traición y la corrupción, secundado por sus perfumados amigos y seguidores. El vio en las proscripciones del tirano Sila una magnífica fuente de oportunidades para el logro de sus propósitos. Las proscripciones eran las listas que contenían los nombres de quienes debían ser asesinados por orden y beneficio de Sila; y cualquier ciudadano que presentara la cabeza de un inscrito en la lista, recibía una retribución. Catilina asesinó a su padre y se las ingenió para lograr inscribir su nombre en la lista. Para mantener su adúltera relación con una joven amante, no vaciló en asesinar a su propia esposa.
Pero el tribuno Marco Tulio Cicerón, el más elocuente orador de Roma, decidió enfrentar a Catilina, pronunciando en el Senado Romano un encendido y famoso discurso, que comenzaba con la frase que se convirtió en paradigma del agotamiento de la paciencia: ¿quosque tandem Catilina? ¿Hasta cuando Catilina, abusarás de nuestra paciencia? Fue el primero de las cuatro catilinarias pronunciadas por Cicerón, que finalmente llevaron a Catilina a sucumbir como enemigo de Roma, frente a sus legiones.
El nuestro, es un país de catilinas. De individuos gregarios y personalistas. Sin pasado que honrar y venerar con orgullo y sin la necesaria visión colectiva de un futuro deseado y vivible. Aquí la corrupción personal y pública devora y engulle al futuro. Y los atributos del liderazgo se confunden con los del gerente. El líder auténtico gestiona el cambio para situarse positiva y ventajosamente en la sociedad del futuro. El gerente, en cambio, tiende a gestionar los recursos para optimizar sus ventajas y privilegios presentes. El líder suele inclinarse hacia el cambio. El gerente, hacia el mantenimiento del statu quo. Y sin el liderazgo de una auténtica clase dirigente, nos adentramos a paso forzado en la dinámica de la globalización y sus acuerdos y acomodaticios tratados de libre comercio. A la edad de oro de los grandes negocios y las ganancias fabulosas. Del reinado de los engañosos indicadores del crecimiento económico a expensas del abultamiento de la deuda social y de que los pobres continúen siendo la vaca del rico. Al entrar en vigencia el DR-CAFTA, el arancel de cientos de productos fue desmontado; y sin embargo, su precio a los consumidores, lejos de descender, se mantuvo o ascendió. Ante la indolencia e inoperancia del Estado, el desmonte se refugió en los bolsillos del rico comerciante.
Es pues lógico pensar que en la edad de oro del mercado y la ganancia, predominen los negocios que rindan mayores beneficios a particulares y que actúan al margen de toda norma ética o legal y en el vacío de una auténtica y vigilante clase dirigente. Creo firmemente que la globalización en países en que, como el nuestro, el Estado es de hecho una entelequia cuya Constitución se mueve a impulsos de intereses particulares, y favorece la enorme capacidad crematística (de producir ganancia) de las mafias. Afirmo que la edad de oro de la globalización será también la del auge de las organizaciones mafiosas, tanto las tradicionales como las de nuevo cuño, lo cual no excluye a los gobiernos mismos. ¡Las nuevas mafias emergen de la subterraneidad para instalarse como proceso necesario y legítimo en la engañosa era incierta de futuro, de la globalización!