La República del bonche; Bonche City

La República del bonche; Bonche City

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Ahora los sabios, con palabras cultas y elegantes, dividen el mundo en dos: la macroeconomía y la microeconomía. Pero se les olvidó Macondo.

En nuestra remota época la macroeconomía era Trujillo. Su T mayúscula, pesada como el plomo, arropaba al país como una alfombra cuyos bordes lamían las olas respetuosas; la sólida T lo tranquilizaba todo, hasta los ruiseñores entonaban felices la música del himno del Partido. Suponemos que la microeconomía éramos nosotros los pequeñitos que gritábamos entusiastas “¡Viva el Jefe!”, provistos con el carnet del Partido (la Palmita), que nos daban nuestros padres como un resguardo bendito. Nadie sabía que vivíamos en Macondo City.

En esa época de la T los cambios culturales se limitaban a los cambios de sus tricornios, medallas, esposas y queridas. A nosotros sólo nos quedaban los cambios del Trío Matamoros al son, de la rumba a Gardel; de la guaracha a Pérez Prado. Todavía suenan los merengues del Benefactor que muchos cantamos con disimulo. El Jefe creó un Estado eterno como un puño, como una pirámide: Ramsés Trujillo. Era el preámbulo de Macondo, que surgió aquí, calladito, y nadie se dio cuenta.

El mérito de los gobernantes que le siguieron consistió simplemente en esconder el tricornio y la letra T pronunciándola en inglés. La política consistió y consiste todavía en quitarle a la desplumada gallina del pueblo el mayor número de plumas con el menor número de cacareos. El cambio marrullero consiste únicamente en que la ingeniosa gallina se defiende y no pone donde ponía…

Se cacarean por todos los medios los nuevos y simpáticos tributos y las penas para los evasores. Pero el Estado silencia sus obligaciones. Gracias a Dios que a los mártires les espera post mortem el dulce paraíso cristiano.

Cabe aclarar que los evasores siempre han sido los hijos de Machepa, habitantes de Machepa City (patio de Nueva York).

¡Cuánto han cambiado las cosas desde aquella época en que los muchachos de entonces sólo éramos adictos al maroteo y al dulce robo de sabrosos mangos y cajuiles! Eramos adictos a jugar bolas, canicas; repleto el cielo de chichiguas, nuestra chichigua bandera era algo así como un ángel con cola, aventado con los vientos de cuaresma y habichuelas con dulce.

De las mujeres, las únicas carnes a la vista eran la cara, las manos y las orejas, si el maldito pelo no las tapaba.

Hoy día andamos en un siglo cambiado, en un mundo nuevo que pone candado a nuestro morbo de saber cómo son los jóvenes de hoy, qué piensan y cómo ven nuestras canas y bastones encorvados. (¡Ah, qué casualidad! por ahí anda una pandilla juvenil, casi invisible tras el humo de sus cigarrillos, si es que el humo no es de otra cosa).

Saber lo que ellos piensan y desean no es fácil; hablan en una jerga cruda y sé que son humanos pues veo muchos ombligos y bustos al aire. Al acercarnos miran apenados nuestra generación arrugada. Nos acercamos y casi untados de nicotina les preguntamos por qué fuman. -Es que somos libres y nos embriagamos para tratar de borrar la tontería y brutalidad del mundo que ustedes nos dejaron. Nuestro modernismo consiste en hacer lo que nos da la gana. Somos anti-todo. ¿Está claro?- nos dijo el líder para avergonzarnos aun más. Nadie se ocupó de nosotros, nos dieron mal ejemplo desde arriba, y entonces la familia se murió.

Antes, querido doctor, los jóvenes deseaban ser adultos para usar pantalones largos, revólver, fumar, tener bigotes y queridas. La juventud era un territorio de segunda. Ahora, con este manifiesto que usted oye, nos hemos liberado. Y somos un territorio libre en América. Se acabó la división de sexos, ahora estamos reburujados, cada uno dicta sus leyes y se acuesta con ellas. Ninguno de nosotros impone un fusil a otro para que vaya a Vietnam, Irak u otra porquería. Somos pro-todo y anti-todo, pro-nada y contra-nada, somos sí o no a conveniencia, y eso es la libertad; somos el fundamentalismo de la nada… la neutralidad transparente.

¿Piensan ustedes -pregunté asustado- suprimir el arte, el amor y la poesía?

Querido amigo ¿cree usted que tras vuestro siglo de guerras, matanzas, Auschwitz, genocidios y barbaries se puede amar y escribir poesía..? Nadie puede escribir poesía montado en un cañón.

– ¿Y para el futuro qué planean?

– El futuro es un invento capitalista, no existe. En nuestra nueva República del Bonche no tratamos de tonterías inciertas como el futuro. Vivimos y gozamos hoy el Bonche y la movida. En el presente nadie baila con músicas futuras… es el “cope diem de Horacio”, o como decía Omar Khayyam “vivimos el día como si fuera el último”.

– Veo que ustedes nos declaran la guerra.

– No doctor, se trata simplemente de un mero ajuste de cuentas generacional.

El líder nos puso dulcemente la mano sobre el hombre y dijo: “perdónalos, que ellos no sabían lo que hacían ni lo que bebían”.

Como culpable lo comprendí todo, y le pregunté ¿y dónde puedo inscribirme en la nueva República del Bonche para reciclar mis viejos pecados?

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