La República Digital: un arma de doble filo

La República Digital: un arma de doble filo

El presidente Danilo Medina ha promocionado y auspiciado el programa la República Digital como un paraíso del futuro que apuntalará el progreso de la nación dominicana. Si bien parte de este postulado es bastante verdadero, no es menos cierto que a individuos con escaso coeficiente intelectual, este proyecto los puede convertir en robots cibernéticos, desprovistos de iniciativa propia para discernir por sí solos; en otras palabras: un androide (no necesariamente un “smart androide”).
Según el presidente Medina, “el Programa República Digital, se trata de un moderno y osado programa de inclusión digital, capaz de beneficiar a todos los dominicanos y dominicanas, sin excepción. Ya somos uno de los países del turismo mundial. A partir de ahora, queremos ser también, el país de las nuevas tecnologías en el Caribe”.
En el período que fue ministro de Educación, Carlos Amarante Baret anunció que para el año escolar 2017-18 se iniciarían los programas: “Un estudiante, una computadora”; “un maestro una computadora”, como parte de la creación de “La República Digital”. Al parecer, este adulador intuyó que el hecho de que cada alumno y maestro poseyese una computadora, su grado de erudición se elevaría automáticamente a un plano técnico. A nivel campesino esto significa “desmontarse de un burro y conducir una motocicleta”.
Otra voz auspiciadora, el portavoz del Gobierno, Roberto Rodríguez Marchena, aseguró que “la República Digital tendrá un impacto socio-económico en los micros y pequeños empresarios del país y en las familias de escasos recursos que no se encuentran insertados en la era de la tecnología y las telecomunicaciones. Deducción muy similar a la anterior.
Creemos que la República Digital no puede pretender dar un salto cualitativo con personas de escaso nivel cultural, lo cual de seguro, al brincar la etapa cognoscitiva, arrastrará una laguna que podría llevar al individuo a la frustración y el fracaso y convertirse en un paria de la sociedad.
Somos de opinión que podemos servir como ejemplo de frustración. Mi primera intención era estudiar ingeniería, para lo cual tomé los exámenes en el curso Cuarto de Matemáticas. Recuerdo que el profesor Castro Colón nos escribió en el pizarrón una raíz cuadrada de dieciocho dígitos. Estuve por espacio de dos horas desarrollando el tema y cuando lo terminé lo presenté al examinador, que simplemente se detuvo en el resultado y al comprobarlo incorrecto me dijo: “empiécelo de nuevo”. En aquellos tiempos no habían calculadoras que en un santiamén te dan los resultados. Entonces, con la mayor discreción, tomé mis bártulos y salí del salón dispuesto al Cuarto de Filosofía y Letras, para entrar a la universidad a estudiar Derecho y convertirme en un abogado. De haber existido las computadoras, de seguro hubiese sido un ingeniero mediocre. Pongo mi ejemplo, para reforzar mi aserto.
El hecho de tener un edificio que alojará la Unidad Ejecutiva del Programa República Digital Educación, que pretende impactar novecientos cincuenta mil estudiantes de centros educativos con acceso gratuito a las tecnologías de la información y la comunicación, no es aval para que sea un éxito la cacareada “Revolución Educativa”. Dicho centro es dirigido por el señor Armando García, que ostenta el grandilocuente cargo de “Director de la Oficina Presidencial de Tecnologías de la Información y Comunicación (OPTIC). En mis tiempos juveniles hubiésemos expresado: “Reguílame ese trompo en uña”.
En nuestros tiempos, ya a los estudiantes no se les enseña la tabla de multiplicar, que recordamos venía impresa hasta el 9 x en el reverso de los cuadernos escolares. Trate de solicitarle a un estudiante, hasta de secundaria, que multiplique una operación dada, de memoria sin el auxilio de la calculadora y se llevará una sorpresa.
Sin considerarme un técnico en materia educativa, creo que nuestra mayor deficiencia lo constituye la falta de maestros de dotes y elevado criterio pedagógico, para no tener que escuchar como me expresara un profesor de secundaria de Lengua Española del Liceo de mi pueblo, al discutirme que el plural de caoba era caobanas y que los elefantes eran ovíparos. Lo peor del caso fue, que ese bárbaro aspiraba al puesto de Director del Liceo.

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